lunes, 7 de marzo de 2011

Traduttore, traditore



Javier de Taboada

“Traductor, traidor”. Para todos quienes no sean italianos, esta frase performa dolorosamente lo que dice: traducir es traicionar. Es así porque, a la larga, casi todas las palabras son intraducibles, ya que cada cultura confiere a su idioma usos particulares, que estarán ausentes o serán distintos en otra cultura. Las palabras no son nunca unívocas: refulgen con múltiples sentidos, esparcen alusiones voluntarias e involuntarias, guardan la historia de largas discusiones ideológicas, presuponen el manejo de ciertos códigos, de prácticas sociales y lingüísticas que están siempre detrás del no por cotidiano menos maravilloso acto de entenderse.  Traducir no es, nunca, transferir palabras de un idioma a otro, es bucear entre ríos semánticos, es crear un odre nuevo para verter el vino añejo.

El traductor traiciona la lengua y se traiciona a sí mismo porque, siendo capaz de entender el sentido preciso de una palabra en dos idiomas diferentes, conociendo exactamente sus reverberaciones y rizos, debe sacrificar algunos (muchos) de estos sentidos para encontrar la equivalencia más aceptable, para ofrecer a un lector que desconoce una de las lenguas la ilusión de que está leyendo lo mismo. Por eso, el traductor triunfa (y no fracasa, como podría parecer superficialmente) cuando, desbordado por la imposibilidad de ofrecer la equivalencia, debe optar por el comentario. El traductor triunfa en esa Nota del traductor donde, libre del corsé de la correspondencia, puede explicar al lector cómo es la corriente de esos ríos en los que él anda siempre sumergido. Las rígidas leyes del oficio exigen limitar las notas y comentarios a un mínimo indispensable, y el traductor las cumple, pero secretamente quisiera multiplicar los comentarios y extenderlos a varios párrafos, salpicar de notas la página, y ofrecer al lector no la ilusión de lo mismo, sino la turbulencia de lo diferente. No es en la equivalencia, sino en el comentario donde se agazapa el temperamento traductor.
Si esto así, es evidente que la traducción no se limita al traslado inter-lingüístico, sino que estará presente allí donde equivalencia y comentario compiten en pos de un texto previo. A Carlos Ferrero, cuando era premier de Toledo le decían –con acertado sarcasmo- el “traductor”, puesto que reiteradamente tenía que traducir (lo pongo sin comillas) al primer mandatario: “Lo que el presidente quiso decir es que…”

Usamos el lenguaje y –maravillosamente- nos entendemos, pero también nos malentendemos, y luego nos desentendemos del porqué. En esta columna quincenal comentaremos algunos usos de nuestro lenguaje cotidiano, intentaremos explicar –y explotar- los malentendidos, procuraremos sumergirnos en las corrientes subterráneas que acompañan incluso al más inocente uso de las palabras, trataremos de pensar en qué se quiso decir o que se quiere decir cuando se dice lo que se dice. Traduciremos pues nuestro lenguaje cotidiano mediante el artilugio del comentario. Porque, bien pensado, todas las palabras son palabras mayores.

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