jueves, 17 de marzo de 2011

Pendejos

No sé cuantos lectores –cuántos peruanos-  están al tanto de que la palabra “pendejo” tiene un significado particularísimo en nuestro país. En México es equivalente a “estúpido”, sólo que altamente ofensiva, y hay que usarla con pinzas si de bromas de confianza (el ‘albureo’ mexicano, similar a nuestro ‘cochineo’) se trata. En Chile y Argentina, aunque porta parcialmente este mismo significado negativo, se emplea sobre todo para referirse a adolescentes (“chibolos”) en general o que adoptan actitudes o conductas de adultos. En Cuba y parte de Centroamérica la palabra también tiene fuerte carga negativa, pero no relacionada con la estupidez, sino con la cobardía. Pero para nosotros, por supuesto, significa, siguiendo la novena (y última) acepción de la palabra en el diccionario de la Real Academia, “persona astuta y taimada”[1]

Así, cuentan que un compatriota se fue a México y, ante su nuevo grupo de amigos mexicanos empezó a alardear de su éxito con las mujeres. Contó algunas anécdotas, y lo resumió así: “Es que yo soy un pendejazo…”. Los mexicanos, con su cordialidad característica, evitaron reírse. Sólo le dedicaron su más compasiva mirada de lástima.

La anécdota no sólo es divertida por la confusión; también es preocupante por la valoración, infaliblemente positiva, que la pendejada recibe en nuestro país. ¿Quién podría decir que ser pendejo está mal visto? Al contrario, celebramos la pendejada, admiramos la viveza, aplaudimos la astucia. Cuando un concepto tiene éxito en una cultura (sobre todo en la cultura popular) prolifera semánticamente, se multiplican sus significantes (sus sinónimos). Fregar a, cagar a, meter cabeza, atrasar a, florear, meter la yuca, hacerla linda, y un largo etcétera, no son exactamente sinónimos, pero pertenecen todos al (amplio) campo semántico de la pendejada. Hemos aprendido (es parte de lo que se llama ‘tener calle’) a defendernos siendo más pendejos que nuestro adversario, a estar siempre alertas y desconfiados ante cualquier intento –siempre latente- de tomarnos el pelo: “A pendejo, pendejo y medio”, “Pendejo te crees, no?” “Tú vas de ida y yo de vuelta”, son algunas frases corrientes que expresan nuestros reflejos defensivos. Incluso cuando condenamos el acto deshonesto (desde el adulterio hasta la corrupción) lo hacemos en base a su insuficiencia, a su imperfección: “hay que saberla hacer”, porque el que pretende ser pendejo, y fracasa en el intento, es, al fin y al cabo, un cojudo (su antónimo perfecto). 

Ser pendejo, tiene además, entre nosotros, una connotación sexual. Y nuevamente asoman las diferencias, porque no es lo mismo aplicar el predicativo a un hombre que a una mujer. No diré, sin embargo (como se suele decir) que en uno es positivo y en la otra negativo, porque esto implicaría una censura moral, y ya vimos que la pendejada no acarrea censura moral. La diferencia va más bien el orden de lo activo y lo pasivo. Así, un chico pendejo es un aprovechador; una chica pendeja, aprovechable. Por eso en género masculino se puede conjugar en primera persona, mientras que en femenino casi siempre va en tercera.

Es cierto, también aprendimos, desde la moral religiosa o la conciencia cívica en la que hayamos sido educados, que el incumplimiento de las normas, la mentira, el aprovechamiento del prójimo, la obtención de beneficios no merecidos, están mal. Aprendimos que así lo dice el discurso público, el deber ser. Pero luego aprendimos, rápida, tempranamente, la diferencia entre el discurso público y el privado, o entre las palabras y los hechos. Porque entre las primeras lecciones del manual del pendejo está sin duda, el hábil manejo de ese doble discurso. Vivimos con tanta naturalidad en la simulación, en la desconfianza, en la pendejada ofensiva y defensiva, que no creemos que nos estemos perdiendo de algo al haber convertido al vecino en adversario, al prójimo en botín, a nuestras compañeras sexuales en mercancía. No hemos perdido nada al convertir la solidaridad en un acto heroico, la colaboración en desganado deber, el respeto en artimaña, cuando estas actitudes podrían ser (y son, en países no lejanos al nuestro) naturales y cotidianas. No hemos perdido nada, así vivimos y está bien, o por lo menos, funciona. Sí, funciona. Y sin embargo, nuestra sociedad habrá avanzado, y no poco, cuando ser pendejo sea una pendejada, en el sentido más mexicano de la palabra.


[1] El significado de pendejo como vello púbico es, sorprendentemente quizás, su acepción original, que proviene desde el latín (pectiniculus)

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