martes, 22 de marzo de 2011

Cuento de Max Demond

GANAS DE INMORTALIZARSE

Autor: MAX DEMON’D (Max Díaz) 
           A Melquíades; al marino que derroto   al mar con su brazo tatuado: mi abuelo.

I
E
lla tiene que quererme de nuevo, tiene que pagar, y vamos a volver a estar juntos, aunque tenga que esperar otra vez que fuera del instituto, seguirá hasta el parque e internarlo de nuevo, internarlo de nuevo, internarlo de nuevo, intentar, intentar que Eva me ame como antes, como aquel hermoso verano en Toscana, cuando viste por la ventana la piscina y corrientes hacia la cama a despertarme decirme que jamás habías visto algo mas increíble: un mar azul, y abajo, una enrome piscina de aguas celestes. Recuerdo que no dejabas de hablar y me abrumabas  con tus teorías de la buena salud, el aire provechoso para los pulmones, y la tranquilidad inimitable para mi alma, por que toscana, la famosa toscana era ideal para mí.
Yo te escuchaba desde la cama, donde la sabana verde ocultaba mi desnudez y mi tripa arrugada y cansada de la noche anterior, claro que también te oyó mi pulmón negruzco, pesado; y podrido. “¡que!, ¡jamás has visto el mar!”. “¡michas veces, pero nunca desde el sexto piso de u hotel cinco estrellas!”. Te sentaste a los pies de la cama y descorriste tu bata blanca con el logotipo del hotel, algo parecido a un escudo y la palabra diviértete zurcido abajo del dibujo. Levantaste la sabana y te sentaste desnuda sobre mis caderas, te acercaste lentamente hacia mi oído y susurraste: “GRACIAS FICO” rellenando mi ombligo con tu nido público. Hicimos el amor, pero ya no como antes; en cada forcejeo sentía un asco, tu incomodidad, tu obligación, tampoco era el mismo sudor el que corría por tus axilas como cuando hacíamos el amor en aquel cuarto, en la ciudad, hace ya tantos mese. Porque no negaras nunca tus orgasmo verdadero, las mordidas que nos dábamos y el café eterno todas las mañanas. En aquel entonces yo me levantaba primero, y cuando salía del baño te encontraba con la charolita de madera, lista a acompañarme en el desayuno: café, tostadas y las infaltables manzanas; siempre hasta que yo dijese: “ya me voy”, y tu dijeras “hoy no vayas a trabajas…”, pero nunca me quedaba y cuando salía te empecinabas en acompañarme a la oficina; “cielitos amor”, “cielitos”, decías con aquella vergüenza dulce y siempre te levaba. A veces detenía el auto en algún parque, que era para ti el bosque de fantasías que habías soñado en el orfanatorio, aunque dijeses lo mismo los parques a los que te llevaba. Corrías por entre las bancas con tu cuerpo de veinte y yo trataban de darte alcances con mi cigarrillo sujetado de una mano de treinta y dos años, éramos felices, lo sentía en tu ropa, en tus besos y abrazos, en nuestras peleas. Tu bellísima manía nos hizo posar para docenas de fotos; fue en esos días que por primera vez me acompañaste a mi acostumbrada revisión medica; te sentaste en la salita por diez o quince minutos tú después interrogaste el doctor con mil preguntas que él respondió medio serio y con la misma frase: “su esposo está muy enfermo, pero tiene solución, no se preocupe”, te tranquilizaste a pesar que yo sabia que era mentira, que  él me había dicho que el cáncer en el pulmón me mataría después de mi cumpleaños, que ya no se podía hacer nada, que la enfermedad estaba demasiado avanzada como para operar, y que moriría mas rápido sino guardaba reposo, moriría, moriría, MIERDA MORIRÍA.
La lleve al instituto y no dijo nada en el trayecto, pero cuando se despido me beso en la mejilla, ¡ME BESO EN LA MEJILLA! Y e me quedo mirando como si fuese un leproso: con asco, lastima y una pizca de cariño. Ahora solo hacíamos el amor los fines de semana.
II
Eva comenzó a llegar más tarde que de costumbre a casa, los besos fueron fríos y la mirada, siempre esa mirada de pena inundo nuestros pensamientos posteriores. Ponías de excusa a Claudia: que me invito a cenar, que los trabajos, que tuve examen de opinión pública, que… bueno, por eso llegue tarde, pero yo sabia que me mentías, porque ya no nos sincerábamos desee hacia tiempo, desde que dejaste de esperarme con la charolita del desayuno y preferiste quedarte dormida hasta las diez de la mañana.
Tenias un amante, pero eso no fue lo que atormento mas, porque conociéndote, de una u otra forma lo hubieras tenido Eva; el asunto era que mi respiración se hacia mas cansada, que a donde fuera debía estar de ascensor en ascensor, y que ya no me importaba lo que tú hicieras, porque después de todo sabia que me moría, y peor aún, que lo hacia sin haber hecho algo digno antes; entonces el dolor ya no tenia importancia para mí; los desmayos frecuentes ¡el despertarme en la noche empapado en sudor por no poder respirar, todo, todo cambio. Recuerdo que fue como una necesidad la que hizo que mis pulmones siguiesen oxigenándose, el cumplir con una voluntad que me haría feliz porque sabría que me estaría perpetuando, inmortalizando: quería tener un hijo. Por eso fuimos a toscana, por eso elegí la mejor habitación con la mejor vista; quería que olvidaras todo, que olvidarás a él por unos días, y que te sintieras inspirada como para dejar de usar los anticonceptivos que yo desaparecía, botaba por la ventana o cambiaba por vitaminas, era evidente que n querías quedar embarazada por el temor a tener un hijo retrasado o con alguna malformación…
Toscana:
Paseamos. Comencé a desespérame y ella inicio su manía de las fotos: frente al hotel, en el restaurante, en el mercado, en el aparque de diversiones, junto a la piscina, yo durmiendo en la cama, ella en la ducha.
La pasó bien, pudo lucirse con todos los mocosos del hotel acompañada de un montículo de piernas, canoso, ojeroso y de jadeo constante.
Siempre supe que todos creían que yo era su padre o algo aparecido, lo adivine en sus miradas pasivas, sin exaltaciones, diferentes alas de mese atrás, cuando nos descubrían en las calles esos ojos saltones de aquellas viejas atragantadas por la impresión de vernos besándonos.
“quiero tener un hijo”. Mirando por la venta la enorme piscina. “esta bien Fico, cuando estés un poco mejor hablamos del tema, ¿te parece?”.
“¡es que no entiendes!” mirándola fijamente a los ojos. “¡quiero tener un hijo ahora!” “pero cual es la prisa amor, piensa en lo que te dijo el doctor, no te exaltes.”
Fico jadeaba mas rápido mientras la oía hablar, tragaba saliva, y en el instante que murmuro mierda la sujeto del brazo, esa noche en el cuarto del hotel al poseyó hasta desmayarse.
III
Eva iba a estudiar y yo me quedaba en casa, creo que fue en eso días cuando deje de ir al trabajo y empecé a seguirla, a verla entrar y a verlos salir. Te vi con él por nuestros parques Eva, los vi comer en nuestros restaurantes, caminar por nuestras verederas, mirar nuestra luna; cuando llegabas y me sonreías sabia que era porque él te había dicho algo más hermoso de lo que yo acostumbraba decirte.
 Un día descubrí en tu bolso una receta. Acaso visitas a un ginecólogo Evita. Me dijeron en una farmacia que se trataba de una receta para un dispositivo intrauterino. Revise tus cosas, la duda era terrible, mire en tu cómoda,  tus cajones de medias y ropa interior, bajo los colchones, y mi búsqueda acabo en la cocina, dentro de un frasco de porcelana blanca, última de una fila de seis depósitos iguale; estaban todas las recetas, el mismo ginecólogo y las fechas, ¡las malditas fechas!, desde antes que fuéramos a toscana, hace cuatro semanas, hasta ahora último. Bien. Bravo. Muy inteligente Eva, hacerme creer que ya no te cuidabas, hacerme creer que tanto quitarte tus pastillas me había dado resultado; para legar con tu cara feliz y mirar la mía que intentaba serlo, burlándote de mi, de mi deseo de inmortalizarme, y tu, Eva, muy segura de que es jamás pasaría porque llevabas unas maldita “T” de cobre que te hacia la ganadora, la que ahora llevaba la ventaja…
No sabia que hacer, buscaba ansioso una solución justa: golpearte cuando llegues al instituto o no decirte nada, hacer como el moribundo feliz  y tranquilo que sabe, tú misma me lo dijiste: “Fiquito, mi amor, creo que estoy embarazada…”, que mis ganas de inmortalizarme, mi ruego agnóstico a dios había sido escuchado y ya no tenia porque temer. Eran dos soluciones que en cierta forma me servían, ahora seria cuestión de esperarte y reaccionar con lo primero que llegue a mi cabeza.
Esa noche Eva no fue a dormir a casa, al día siguiente llamo muy temprano y dijo que seria mejor para los dos que se fuese a vivir a otro lado, que el matrimonio no daba para mas, que muy gentil su “amigo” Julio la había establecido en s apartamento y que irían después a la casa a recoger sus cosas dos compañeros del instituto; porque entre menos se vean mejor, y chau. Colgó.
Fue tan rápido que cuando él subió a su cuarto recién había podido acomodar sus ideas y darse cuenta del que estaba pasando, y darse cuenta de toda esta situación, y darse cuenta de toda esta situación, y darse cuenta que era una puta mierda, y darse cuenta que le habían visto la cara, se habían burlado de él, que ella estaba bien protegida por los amigos, “qué amigos”, y que estaba solo como los malos, porque los crueles, los desauseados crueles ercen la soledad, vivir apartados donde no puedan dañar a estas hermosas criaturas que tiene como esposas. Todo el día la maldijo.
Saco una botella de whisky, dos de vodka y tres de cervezas en lata que tenia guardadas por ahí, y en un gran jarra lo mezclo todo, agrego azúcar, cinco limones y fimo tres cajetillas de cigarrillos que no le duraron las tres primeras horas, la cuarta hora se dedico a contemplar la sala, los muebles, las colillas sobre sus zapatos, y sobre el sofá;  las fotos de ellos de pared en pared que adornaban la casa. A las cinco de la tarde, siete hora después, despertó en el jardín, y tambaleándose fue la cuarto, llevo como pudo la ropa al patio, la amontonó toda y empezó a orinar sobre ella, luego le echo lo que quedaba en la jarra con aquella mezcla, agregó kerosene; se dio el trabajo de empacar correctamente y bien doblada la ropa en dos maletas, tocaron el timbre, le dio las maleta, no les miro la cara, cerró, subió al segundo piso, saco todo su dinero y un poco de ropa, luego salió y cerro con llave la casa, se fue a vivir un hotel…
IV
Y ahora en esta habitación mientras recuerdo cosas que quiero olvidar, siento las necesidad de terminar con todo esto, acabar de una vez y poder dormir en paz, pero es ahí entonces, cuando pretendo olvidar todo, cuando los recuerdos me devoran y caen sobre mi como una ola gigantesca, mucho mas dolorosa que mi cansado cuerpo; entonces vomito con mas frecuencia y apago la luz de mi cuarto (la luz a empezado a herir mis ojos) y trato de pensar en nuevas cosas. En la tarde salgo y llego a cualquier esquina, con dificultad decido por cual he de seguir, elijó la calle mas bonita, a pesar que ahora también para mi todas las calles son bonitas, y con nostalgia y tres gramos de pena, le doy la espalda a la calle que no elegí, porque sé que jamás la conoceré, que jamás caminaré por sus veredas, porque jamás la vida da un chance, y la muerte ahora calienta, mi cama antes que yo me acueste; entonces veo la hora y me escurro entre los laberintos de las calles, y trato en lo posible de llegar al instituto por una vereda nueva, o muy pocas veces recorrida, con una idea metida en la cabeza y oculto en algún lugar, esperando que todos salgan, viendo a Eva y a él salir juntos, muriéndome, pero intentándolo de nuevo, tratar de decirle que a pesar de todo la quiero; siguiéndola por un parque… y recordando Toscana mientras le tapo la boca para que no grite…

                                                   (En Revista Nº 5 "Solitarios", 1993, Arequipa-PERU)

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