martes, 22 de marzo de 2011

Cuento de Luis Pacheco

LAS COMPAÑÍAS

LUIS PACHECO

P
ertenecer a Datrol era un honor increíble. Solo unos pocos escogidos dela gran masa podían ingresar a la compañía. Datrol: la gloria  y poder que emanaba de aquel nombre resplandecía aún más que la fama de los países de karlandk y –por supuesto- que los países de la vieja tierra. Nadie sabía en qué época las compañías llegaron a ser mas fuertes que los países, pero ahora era una realidad casi aceptada. Cien mundos dependían de DATROL, de FERDINAD, de CORLET; y en tanto que ningún país poseía ni siquiera todo un planeta bajo el control, Datrol tenía ocho mundos desperdigados en el universo que era propiedad exclusiva de la empresa.
Datrol, el sueño de los jóvenes era pertenecer algún día a aquella megaempresa; ostentar el símbolo turquesa con filigrana de oro en el hombro, y pasearse con mirada altiva en astronaves mil veces mejores y equipadas que los modernos navíos de guerra de Tanthiak o de Burulush, y descender a los planetas luego, y solazarse con las alabanzas y genuflexiones de los “débiles” que apenas podían esperar sobrevivir mientras que ellos eran dueños del universo.
Datrol, el nombre encerraba más poder que gloria, pero significaba lo mismo y aún más, porque como estudiaban algunos especialistas, los países algún día desaparecerían, y serian soberanas del firmamento las grandes empresas. Datrol era la más grande de todas, y Datrol tenía ocho planetas de su propiedad, y ejercía influencia decisiva en cuatrocientos gobiernos de treinta mundos. Datrol era prácticamente la dueña del universo.
 Anoche mi hijo Dorian estuvo aquí. Es el jefe negociante de la división bebidas de Datrol. Se le veía tan bien; su traje de felodien que mínimo costara cuatro mil votis, su cinturón de platino y su tarjeta de crédito verde-turquesa que sólo poseen aquellos que mueven millones de votis diariamente; y nos vino a visitar. No supimos que ofrecerle –nuestra casa sigue siendo tan pobre- y él simplemente nos contó cómo había ascendido en la compañía, las operaciones de las que estuvo encargado en la galaxia, y el motivo por el que ahora había venido a la tierra. Como jefe-negociante de la división bebida, tomaba posesión del Perú país recientemente anexado a la gloriosa Datrol.
(Publicado en Revista Nº 7 "Solitarios", 2005, Arequipa-PERU)

Cuento de Javier De Taboada

EL NOMBRE

JAVIER DE TABOADA

P
or aquellas extrañas coincidencias del destino, le tocó llamarse Ricardo palma. Seguro una broma pesada de su padre, Pedro palma y quizá porque el ultimo Ricardo palma en la familia, un tío de su padre, había sabido sacar un provecho del nombre.
No sabría decir si él supo sacar provecho del nombre. Ceo que es discutible. Creo todo aso, puedo asegurar que desde muy chiquito una estaba podrido de escuchar que había un escritor Ricardo Palma y que había inventado unas cosas que se llamaban tradiciones. Y podrido de responder que si, que por algún lado eran sus descendentes (al menos, eso le dijo su mamá) y que su tío abuelo también se llamaba así y etc. Etc.
En el colegio también llego a hartarse (aunque claro, después se acostumbró) de los compañeros que no le pusieron loco, chato, gordo ni ningún apodo y que solo diciéndole Ricardo palma (siempre así) pareciera que e lo hubieran puesto. A lo que no se acostumbró fue a que el profesor de literatura le preguntara que cosas sabía de Ricardo palma y sobre todo, que le dijera que él también iba a ser un gran escrito cuando a él le gustaban las matemáticas y quería ser ingeniero metalúrgico.
Por esas época, y quizás para responder los cientos de preguntas que le hacían sobre el tema, fue que empezó a leer las tradiciones peruanas. Al principio le parecieron demasiado intrascendentes y superficiales, pero a medida que las fue leyendo mejor y que fue liberándose de los prejuicios familiares, realmente las disfrutó y con el tiempo no tuvo empacho en reconocer que era su libro favorito y que ningún otro podía comparársele.
Ingresó a san marcos a estudiar ingeniería metalúrgica pero se retiro al año porque decía que al fin y al cabo, no le gustaba la carrera, además de que la universidad no le iba a servir para nada y el había decidido dedicarse a  escribir, abandonarlo todo y consagrarse al amor y a la literatura.
 Y se consagro a la literatura, (escribiendo cuentos que cada vez se parecían mas a una tradición), porque el amor no llego a consagrarse hasta muchos años después, cuando se caso con cristina López, una hermosa muchacha que había conocido un par de años antes en la biblioteca, (porque para sobrevivir había logrado conseguir un puestito en la biblioteca municipal. Y demás esta decir que el empeño y atención que piso le permitieron ir escalando posiciones hasta convertirse en el director de la misma). Por esa época, empezó a dejarse crecer el bigote y usar unos lentecitos ovalados que cada vez le daban un aspecto mas parecido al viejito del Kentucky Fried Chicken o claro, a su homónimo.
En cuanto a su obra literaria, no tuvo mucha suerte, ya que las veces que se ocuparon de él, los críticos aseguraron que sus escritos no eran más que vulgares variaciones de las geniales tradiciones de palma y que no tenían ningún valor literario.
Sus últimos años fueron verdaderamente despreciables porque terminó en la locura y proclamando a los cuatro vientos que él era el nuevo Ricardo palma y que su obra iba a ser imperecedera y admirada por las generaciones venideras y un montón de cosas mas que soltaba en sus ataques delirantes, los cuales eran tan insoportables que la única persona que permaneció con él hasta su suerte fue su esposa, que hasta hoy sigue creyendo fielmente en las alucinaciones de su difunto marido. Todas estas cosas llevaron al psicólogo español Joaquín Zapater a poner su caso como un claro ejemplo de su nueva teoría que podría resumirse en estas palabras: el nombre condiciona al hombre.
                                                   (Publicado en Revista Nº 6 "Solitarios", 2004, Arequipa-PERU)

Cuento de Javier De Taboada

NOTICIAS COMENTADAS

Autor: JAVIER DE TABOADA
                                          “Política es una de tantas malas palabras que se escriben con p” Quino

L
lego a su casa, entro al estudio, dejo el saco en la silla del escritorio, se sirvió un trago, prendió el televisor y se sentó. El noticiero. La voz de su esposa: ¿Francisco, estas ahí? Buenas noches, bienvenidos a una nueva edición informativa de 24 horas. Acá estoy. No fui arriba porque pensé que podías estar durmiendo y no quería molestarte. ¿Puedo sentarme? Si, ven siéntate. Quiero ver el noticiero, ahora deben pasar lo de cerrillos. Estas son las principales informaciones de la jornada. ¿Ves?, hoy día  ha sido el entierro. Ella pone cara de lastima. Volvemos después de una pausa comercial.
Ella hablo; son unos asesinos. El no dijo nada, miraba al vacio. ¿Por qué lo mataron, si nunca hacia nada malo? El tampoco dijo nada pero después de un rato calmadamente, como pensando en voz alta: cuando uno se muere siempre se convierte en un santo.
En el televisor estaba de nuevo Martínez Morosini con una noticia sobre los préstamos inminentes. Eso es un cuento, dijo, nos vienen peloteando desde hace un año con que faltan ajustes, tonterías vamos a tener que esperar hasta que crean que podemos pagar, pero a la gente hay que decirle que ya, que aurita, sino imagínate. A él siempre le gustaba ver el noticiero y a veces comentaba las noticias con su esposa, generalmente para desmentirlas. Ella siempre le creía y estaba de acuerdo porque por algo su marido estaba sumergido en ese mundo, como diputado tenia que saber lo que pasaba y así ella aprendía a ver la realidad sin máscaras y a hacer un poquito de política.
Hoy día se realizo el entierro del ministro vilmente asesinado ministro del interior, Julio Cerrillos, vamos con las imágenes. El miraba indiferente. Su esposa le pregunto con timidez ¿era tu amigo?, ¿amigo?  Ese no era amigo de nadie. Con a presencia de numerosas autoridades políticas y personajes así como de sus familiares y amigos se lleva a cabo el funeral del ministro Julio Cerrillos, quien fuera cobardemente victimado el día de ayer. La verdad es que el tipo era una basura, se creía que podía mandar a todo el mundo, que todos tenían que obedecerle. Aquí vemos gran cantidad de gente que acompañaba el ataúd… iba donde nosotros y nos decía: “tienen que hacer tal cosa” y si decíamos que no “son ordenes del presidente”, nosotros íbamos donde le presidente el nos decía que no le hiciéramos caso a ese cojudo, que estaba estudiando como destituirlo porque tenia respaldo de las fuerzas armadas y que él las ordenes las daba directamente a la bancada o por el presidente de la cámara. Señora, seño ¿puede decirnos que recuerdo tenia de su esposo? En el gabinete ni se llevaba son nadie y en el parlamento tampoco. (Entre sollozos contenidos) era un hombre muy sacrificado, que toda su vida atrabajo por su país, los que lo han matado son personas sin corazón, porque el siempre busco servir a todos. Y todo el mundo sabía que se andaba tirando la plata del ministerio, hacia sus entripados por ahí y al final todos se embarraban y a él no se le podía hacer nada. Diferentes personalidades que asistieron el entierro se pronunciaron sobre el asesinato, escuchemos sus declaraciones. Ella sentía sorpresa y miedo de que su marido albergaba tanto odio por dentro, que no le importará la muerte (una muerte siempre conmueve, mas un asesinato) de una persona, por odiosa que haya podido ser, su marido siempre había sido tan bueno, tan tierno por decirlo con una palabra tonta, rara vez le había visto esos resentimientos y le asustaban.
Sí, a mí me afecta bastante la muerte de Julio, lo conocí mucho tiempo, un hombre capaz, inteligente, honesto, muy trabajador e el gabinete, realmente una gran perdida para el país. Era con el que menos se llevaba, dice, y sonríe. Ella ya sabe la respuesta, pero interroga con la mirada. Si a mi me hubieran preguntado, hubiera dicho lo mismo, claro. Es muy lamentable que ocurran cosas como ésta que se hubieran podido evitar con una adecuada seguridad de parte del gobierno. La oposición siempre oportunista, ¿no?, y sonríe. Ella hace la pregunta clave pero olvida por un momento que él es un político: ¿te alegra que lo hayan matado? A mi no me puede alegra la muerte de nadie (con tranquilidad), pero no te voy a negar que en términos de política nacional no es tan malo que digamos y varios van a estar hoy día sentado en un pie. Volvemos con más información después de una pausa. El apaga el televisor y va a su cuarto. Ella lo sigue algo molesta. ¿Qué te pasa, por que me miras así? Ni que yo lo hubiera matado.
                                                              (En Revista Nº 6 "Solitarios", 1994, Arequipa-PERU)

Cuento de Max Demond

GANAS DE INMORTALIZARSE

Autor: MAX DEMON’D (Max Díaz) 
           A Melquíades; al marino que derroto   al mar con su brazo tatuado: mi abuelo.

I
E
lla tiene que quererme de nuevo, tiene que pagar, y vamos a volver a estar juntos, aunque tenga que esperar otra vez que fuera del instituto, seguirá hasta el parque e internarlo de nuevo, internarlo de nuevo, internarlo de nuevo, intentar, intentar que Eva me ame como antes, como aquel hermoso verano en Toscana, cuando viste por la ventana la piscina y corrientes hacia la cama a despertarme decirme que jamás habías visto algo mas increíble: un mar azul, y abajo, una enrome piscina de aguas celestes. Recuerdo que no dejabas de hablar y me abrumabas  con tus teorías de la buena salud, el aire provechoso para los pulmones, y la tranquilidad inimitable para mi alma, por que toscana, la famosa toscana era ideal para mí.
Yo te escuchaba desde la cama, donde la sabana verde ocultaba mi desnudez y mi tripa arrugada y cansada de la noche anterior, claro que también te oyó mi pulmón negruzco, pesado; y podrido. “¡que!, ¡jamás has visto el mar!”. “¡michas veces, pero nunca desde el sexto piso de u hotel cinco estrellas!”. Te sentaste a los pies de la cama y descorriste tu bata blanca con el logotipo del hotel, algo parecido a un escudo y la palabra diviértete zurcido abajo del dibujo. Levantaste la sabana y te sentaste desnuda sobre mis caderas, te acercaste lentamente hacia mi oído y susurraste: “GRACIAS FICO” rellenando mi ombligo con tu nido público. Hicimos el amor, pero ya no como antes; en cada forcejeo sentía un asco, tu incomodidad, tu obligación, tampoco era el mismo sudor el que corría por tus axilas como cuando hacíamos el amor en aquel cuarto, en la ciudad, hace ya tantos mese. Porque no negaras nunca tus orgasmo verdadero, las mordidas que nos dábamos y el café eterno todas las mañanas. En aquel entonces yo me levantaba primero, y cuando salía del baño te encontraba con la charolita de madera, lista a acompañarme en el desayuno: café, tostadas y las infaltables manzanas; siempre hasta que yo dijese: “ya me voy”, y tu dijeras “hoy no vayas a trabajas…”, pero nunca me quedaba y cuando salía te empecinabas en acompañarme a la oficina; “cielitos amor”, “cielitos”, decías con aquella vergüenza dulce y siempre te levaba. A veces detenía el auto en algún parque, que era para ti el bosque de fantasías que habías soñado en el orfanatorio, aunque dijeses lo mismo los parques a los que te llevaba. Corrías por entre las bancas con tu cuerpo de veinte y yo trataban de darte alcances con mi cigarrillo sujetado de una mano de treinta y dos años, éramos felices, lo sentía en tu ropa, en tus besos y abrazos, en nuestras peleas. Tu bellísima manía nos hizo posar para docenas de fotos; fue en esos días que por primera vez me acompañaste a mi acostumbrada revisión medica; te sentaste en la salita por diez o quince minutos tú después interrogaste el doctor con mil preguntas que él respondió medio serio y con la misma frase: “su esposo está muy enfermo, pero tiene solución, no se preocupe”, te tranquilizaste a pesar que yo sabia que era mentira, que  él me había dicho que el cáncer en el pulmón me mataría después de mi cumpleaños, que ya no se podía hacer nada, que la enfermedad estaba demasiado avanzada como para operar, y que moriría mas rápido sino guardaba reposo, moriría, moriría, MIERDA MORIRÍA.
La lleve al instituto y no dijo nada en el trayecto, pero cuando se despido me beso en la mejilla, ¡ME BESO EN LA MEJILLA! Y e me quedo mirando como si fuese un leproso: con asco, lastima y una pizca de cariño. Ahora solo hacíamos el amor los fines de semana.
II
Eva comenzó a llegar más tarde que de costumbre a casa, los besos fueron fríos y la mirada, siempre esa mirada de pena inundo nuestros pensamientos posteriores. Ponías de excusa a Claudia: que me invito a cenar, que los trabajos, que tuve examen de opinión pública, que… bueno, por eso llegue tarde, pero yo sabia que me mentías, porque ya no nos sincerábamos desee hacia tiempo, desde que dejaste de esperarme con la charolita del desayuno y preferiste quedarte dormida hasta las diez de la mañana.
Tenias un amante, pero eso no fue lo que atormento mas, porque conociéndote, de una u otra forma lo hubieras tenido Eva; el asunto era que mi respiración se hacia mas cansada, que a donde fuera debía estar de ascensor en ascensor, y que ya no me importaba lo que tú hicieras, porque después de todo sabia que me moría, y peor aún, que lo hacia sin haber hecho algo digno antes; entonces el dolor ya no tenia importancia para mí; los desmayos frecuentes ¡el despertarme en la noche empapado en sudor por no poder respirar, todo, todo cambio. Recuerdo que fue como una necesidad la que hizo que mis pulmones siguiesen oxigenándose, el cumplir con una voluntad que me haría feliz porque sabría que me estaría perpetuando, inmortalizando: quería tener un hijo. Por eso fuimos a toscana, por eso elegí la mejor habitación con la mejor vista; quería que olvidaras todo, que olvidarás a él por unos días, y que te sintieras inspirada como para dejar de usar los anticonceptivos que yo desaparecía, botaba por la ventana o cambiaba por vitaminas, era evidente que n querías quedar embarazada por el temor a tener un hijo retrasado o con alguna malformación…
Toscana:
Paseamos. Comencé a desespérame y ella inicio su manía de las fotos: frente al hotel, en el restaurante, en el mercado, en el aparque de diversiones, junto a la piscina, yo durmiendo en la cama, ella en la ducha.
La pasó bien, pudo lucirse con todos los mocosos del hotel acompañada de un montículo de piernas, canoso, ojeroso y de jadeo constante.
Siempre supe que todos creían que yo era su padre o algo aparecido, lo adivine en sus miradas pasivas, sin exaltaciones, diferentes alas de mese atrás, cuando nos descubrían en las calles esos ojos saltones de aquellas viejas atragantadas por la impresión de vernos besándonos.
“quiero tener un hijo”. Mirando por la venta la enorme piscina. “esta bien Fico, cuando estés un poco mejor hablamos del tema, ¿te parece?”.
“¡es que no entiendes!” mirándola fijamente a los ojos. “¡quiero tener un hijo ahora!” “pero cual es la prisa amor, piensa en lo que te dijo el doctor, no te exaltes.”
Fico jadeaba mas rápido mientras la oía hablar, tragaba saliva, y en el instante que murmuro mierda la sujeto del brazo, esa noche en el cuarto del hotel al poseyó hasta desmayarse.
III
Eva iba a estudiar y yo me quedaba en casa, creo que fue en eso días cuando deje de ir al trabajo y empecé a seguirla, a verla entrar y a verlos salir. Te vi con él por nuestros parques Eva, los vi comer en nuestros restaurantes, caminar por nuestras verederas, mirar nuestra luna; cuando llegabas y me sonreías sabia que era porque él te había dicho algo más hermoso de lo que yo acostumbraba decirte.
 Un día descubrí en tu bolso una receta. Acaso visitas a un ginecólogo Evita. Me dijeron en una farmacia que se trataba de una receta para un dispositivo intrauterino. Revise tus cosas, la duda era terrible, mire en tu cómoda,  tus cajones de medias y ropa interior, bajo los colchones, y mi búsqueda acabo en la cocina, dentro de un frasco de porcelana blanca, última de una fila de seis depósitos iguale; estaban todas las recetas, el mismo ginecólogo y las fechas, ¡las malditas fechas!, desde antes que fuéramos a toscana, hace cuatro semanas, hasta ahora último. Bien. Bravo. Muy inteligente Eva, hacerme creer que ya no te cuidabas, hacerme creer que tanto quitarte tus pastillas me había dado resultado; para legar con tu cara feliz y mirar la mía que intentaba serlo, burlándote de mi, de mi deseo de inmortalizarme, y tu, Eva, muy segura de que es jamás pasaría porque llevabas unas maldita “T” de cobre que te hacia la ganadora, la que ahora llevaba la ventaja…
No sabia que hacer, buscaba ansioso una solución justa: golpearte cuando llegues al instituto o no decirte nada, hacer como el moribundo feliz  y tranquilo que sabe, tú misma me lo dijiste: “Fiquito, mi amor, creo que estoy embarazada…”, que mis ganas de inmortalizarme, mi ruego agnóstico a dios había sido escuchado y ya no tenia porque temer. Eran dos soluciones que en cierta forma me servían, ahora seria cuestión de esperarte y reaccionar con lo primero que llegue a mi cabeza.
Esa noche Eva no fue a dormir a casa, al día siguiente llamo muy temprano y dijo que seria mejor para los dos que se fuese a vivir a otro lado, que el matrimonio no daba para mas, que muy gentil su “amigo” Julio la había establecido en s apartamento y que irían después a la casa a recoger sus cosas dos compañeros del instituto; porque entre menos se vean mejor, y chau. Colgó.
Fue tan rápido que cuando él subió a su cuarto recién había podido acomodar sus ideas y darse cuenta del que estaba pasando, y darse cuenta de toda esta situación, y darse cuenta de toda esta situación, y darse cuenta que era una puta mierda, y darse cuenta que le habían visto la cara, se habían burlado de él, que ella estaba bien protegida por los amigos, “qué amigos”, y que estaba solo como los malos, porque los crueles, los desauseados crueles ercen la soledad, vivir apartados donde no puedan dañar a estas hermosas criaturas que tiene como esposas. Todo el día la maldijo.
Saco una botella de whisky, dos de vodka y tres de cervezas en lata que tenia guardadas por ahí, y en un gran jarra lo mezclo todo, agrego azúcar, cinco limones y fimo tres cajetillas de cigarrillos que no le duraron las tres primeras horas, la cuarta hora se dedico a contemplar la sala, los muebles, las colillas sobre sus zapatos, y sobre el sofá;  las fotos de ellos de pared en pared que adornaban la casa. A las cinco de la tarde, siete hora después, despertó en el jardín, y tambaleándose fue la cuarto, llevo como pudo la ropa al patio, la amontonó toda y empezó a orinar sobre ella, luego le echo lo que quedaba en la jarra con aquella mezcla, agregó kerosene; se dio el trabajo de empacar correctamente y bien doblada la ropa en dos maletas, tocaron el timbre, le dio las maleta, no les miro la cara, cerró, subió al segundo piso, saco todo su dinero y un poco de ropa, luego salió y cerro con llave la casa, se fue a vivir un hotel…
IV
Y ahora en esta habitación mientras recuerdo cosas que quiero olvidar, siento las necesidad de terminar con todo esto, acabar de una vez y poder dormir en paz, pero es ahí entonces, cuando pretendo olvidar todo, cuando los recuerdos me devoran y caen sobre mi como una ola gigantesca, mucho mas dolorosa que mi cansado cuerpo; entonces vomito con mas frecuencia y apago la luz de mi cuarto (la luz a empezado a herir mis ojos) y trato de pensar en nuevas cosas. En la tarde salgo y llego a cualquier esquina, con dificultad decido por cual he de seguir, elijó la calle mas bonita, a pesar que ahora también para mi todas las calles son bonitas, y con nostalgia y tres gramos de pena, le doy la espalda a la calle que no elegí, porque sé que jamás la conoceré, que jamás caminaré por sus veredas, porque jamás la vida da un chance, y la muerte ahora calienta, mi cama antes que yo me acueste; entonces veo la hora y me escurro entre los laberintos de las calles, y trato en lo posible de llegar al instituto por una vereda nueva, o muy pocas veces recorrida, con una idea metida en la cabeza y oculto en algún lugar, esperando que todos salgan, viendo a Eva y a él salir juntos, muriéndome, pero intentándolo de nuevo, tratar de decirle que a pesar de todo la quiero; siguiéndola por un parque… y recordando Toscana mientras le tapo la boca para que no grite…

                                                   (En Revista Nº 5 "Solitarios", 1993, Arequipa-PERU)

jueves, 17 de marzo de 2011

Pendejos

No sé cuantos lectores –cuántos peruanos-  están al tanto de que la palabra “pendejo” tiene un significado particularísimo en nuestro país. En México es equivalente a “estúpido”, sólo que altamente ofensiva, y hay que usarla con pinzas si de bromas de confianza (el ‘albureo’ mexicano, similar a nuestro ‘cochineo’) se trata. En Chile y Argentina, aunque porta parcialmente este mismo significado negativo, se emplea sobre todo para referirse a adolescentes (“chibolos”) en general o que adoptan actitudes o conductas de adultos. En Cuba y parte de Centroamérica la palabra también tiene fuerte carga negativa, pero no relacionada con la estupidez, sino con la cobardía. Pero para nosotros, por supuesto, significa, siguiendo la novena (y última) acepción de la palabra en el diccionario de la Real Academia, “persona astuta y taimada”[1]

Así, cuentan que un compatriota se fue a México y, ante su nuevo grupo de amigos mexicanos empezó a alardear de su éxito con las mujeres. Contó algunas anécdotas, y lo resumió así: “Es que yo soy un pendejazo…”. Los mexicanos, con su cordialidad característica, evitaron reírse. Sólo le dedicaron su más compasiva mirada de lástima.

La anécdota no sólo es divertida por la confusión; también es preocupante por la valoración, infaliblemente positiva, que la pendejada recibe en nuestro país. ¿Quién podría decir que ser pendejo está mal visto? Al contrario, celebramos la pendejada, admiramos la viveza, aplaudimos la astucia. Cuando un concepto tiene éxito en una cultura (sobre todo en la cultura popular) prolifera semánticamente, se multiplican sus significantes (sus sinónimos). Fregar a, cagar a, meter cabeza, atrasar a, florear, meter la yuca, hacerla linda, y un largo etcétera, no son exactamente sinónimos, pero pertenecen todos al (amplio) campo semántico de la pendejada. Hemos aprendido (es parte de lo que se llama ‘tener calle’) a defendernos siendo más pendejos que nuestro adversario, a estar siempre alertas y desconfiados ante cualquier intento –siempre latente- de tomarnos el pelo: “A pendejo, pendejo y medio”, “Pendejo te crees, no?” “Tú vas de ida y yo de vuelta”, son algunas frases corrientes que expresan nuestros reflejos defensivos. Incluso cuando condenamos el acto deshonesto (desde el adulterio hasta la corrupción) lo hacemos en base a su insuficiencia, a su imperfección: “hay que saberla hacer”, porque el que pretende ser pendejo, y fracasa en el intento, es, al fin y al cabo, un cojudo (su antónimo perfecto). 

Ser pendejo, tiene además, entre nosotros, una connotación sexual. Y nuevamente asoman las diferencias, porque no es lo mismo aplicar el predicativo a un hombre que a una mujer. No diré, sin embargo (como se suele decir) que en uno es positivo y en la otra negativo, porque esto implicaría una censura moral, y ya vimos que la pendejada no acarrea censura moral. La diferencia va más bien el orden de lo activo y lo pasivo. Así, un chico pendejo es un aprovechador; una chica pendeja, aprovechable. Por eso en género masculino se puede conjugar en primera persona, mientras que en femenino casi siempre va en tercera.

Es cierto, también aprendimos, desde la moral religiosa o la conciencia cívica en la que hayamos sido educados, que el incumplimiento de las normas, la mentira, el aprovechamiento del prójimo, la obtención de beneficios no merecidos, están mal. Aprendimos que así lo dice el discurso público, el deber ser. Pero luego aprendimos, rápida, tempranamente, la diferencia entre el discurso público y el privado, o entre las palabras y los hechos. Porque entre las primeras lecciones del manual del pendejo está sin duda, el hábil manejo de ese doble discurso. Vivimos con tanta naturalidad en la simulación, en la desconfianza, en la pendejada ofensiva y defensiva, que no creemos que nos estemos perdiendo de algo al haber convertido al vecino en adversario, al prójimo en botín, a nuestras compañeras sexuales en mercancía. No hemos perdido nada al convertir la solidaridad en un acto heroico, la colaboración en desganado deber, el respeto en artimaña, cuando estas actitudes podrían ser (y son, en países no lejanos al nuestro) naturales y cotidianas. No hemos perdido nada, así vivimos y está bien, o por lo menos, funciona. Sí, funciona. Y sin embargo, nuestra sociedad habrá avanzado, y no poco, cuando ser pendejo sea una pendejada, en el sentido más mexicano de la palabra.


[1] El significado de pendejo como vello púbico es, sorprendentemente quizás, su acepción original, que proviene desde el latín (pectiniculus)

lunes, 7 de marzo de 2011

Traduttore, traditore



Javier de Taboada

“Traductor, traidor”. Para todos quienes no sean italianos, esta frase performa dolorosamente lo que dice: traducir es traicionar. Es así porque, a la larga, casi todas las palabras son intraducibles, ya que cada cultura confiere a su idioma usos particulares, que estarán ausentes o serán distintos en otra cultura. Las palabras no son nunca unívocas: refulgen con múltiples sentidos, esparcen alusiones voluntarias e involuntarias, guardan la historia de largas discusiones ideológicas, presuponen el manejo de ciertos códigos, de prácticas sociales y lingüísticas que están siempre detrás del no por cotidiano menos maravilloso acto de entenderse.  Traducir no es, nunca, transferir palabras de un idioma a otro, es bucear entre ríos semánticos, es crear un odre nuevo para verter el vino añejo.

El traductor traiciona la lengua y se traiciona a sí mismo porque, siendo capaz de entender el sentido preciso de una palabra en dos idiomas diferentes, conociendo exactamente sus reverberaciones y rizos, debe sacrificar algunos (muchos) de estos sentidos para encontrar la equivalencia más aceptable, para ofrecer a un lector que desconoce una de las lenguas la ilusión de que está leyendo lo mismo. Por eso, el traductor triunfa (y no fracasa, como podría parecer superficialmente) cuando, desbordado por la imposibilidad de ofrecer la equivalencia, debe optar por el comentario. El traductor triunfa en esa Nota del traductor donde, libre del corsé de la correspondencia, puede explicar al lector cómo es la corriente de esos ríos en los que él anda siempre sumergido. Las rígidas leyes del oficio exigen limitar las notas y comentarios a un mínimo indispensable, y el traductor las cumple, pero secretamente quisiera multiplicar los comentarios y extenderlos a varios párrafos, salpicar de notas la página, y ofrecer al lector no la ilusión de lo mismo, sino la turbulencia de lo diferente. No es en la equivalencia, sino en el comentario donde se agazapa el temperamento traductor.
Si esto así, es evidente que la traducción no se limita al traslado inter-lingüístico, sino que estará presente allí donde equivalencia y comentario compiten en pos de un texto previo. A Carlos Ferrero, cuando era premier de Toledo le decían –con acertado sarcasmo- el “traductor”, puesto que reiteradamente tenía que traducir (lo pongo sin comillas) al primer mandatario: “Lo que el presidente quiso decir es que…”

Usamos el lenguaje y –maravillosamente- nos entendemos, pero también nos malentendemos, y luego nos desentendemos del porqué. En esta columna quincenal comentaremos algunos usos de nuestro lenguaje cotidiano, intentaremos explicar –y explotar- los malentendidos, procuraremos sumergirnos en las corrientes subterráneas que acompañan incluso al más inocente uso de las palabras, trataremos de pensar en qué se quiso decir o que se quiere decir cuando se dice lo que se dice. Traduciremos pues nuestro lenguaje cotidiano mediante el artilugio del comentario. Porque, bien pensado, todas las palabras son palabras mayores.

domingo, 6 de marzo de 2011

Cuento

CONSEJO DE UN PSIQUIATRA A SU PACIENTE FAVORITO

    Autor: MAX DEMON’D (Max Díaz)
                                                                                                                            A pepe
Sebastián dijo una ves que colorear era la única forma de quitare la tensión pintando, mas exactamente; cambiar las cosas a otro color, podría arrasar todas esa tendencias malignas que tengo. Ahora le hago caso, y es que Sebastián tenia razón; matarlas, descuartizarlas y pintar sus huesos de colores, me han abierto un sin fin de perspectivas.
             (Publicado en Revista "Solitarios" Nº 5, Arequipa, Perú, 1993)

Cuento de Jaime Coaguila

EL RECOMENDADO

Autor: JAIME COAGUILA VALDIVIA
“Me echo de su cuarto gritándome.
no tienes profesión…”
Sui generis

S
ubió siete pisos y recorrió un laberinto de pasillos. Martínez era un hombre de treinta años y llevaba puesto su único terno. La oficina sententaicuatro estaba con la puerta abierta a la derecha del quinto pasillo y se podía adivinar la presencia de personas, el aire limpio. Martínez entró con temor, despacio. Una secretaria inmediatamente le apuntó a los ojos pregustándole a quien buscaba, con cierta petulancia. El respondió que tenía una cita con el doctor a las cuatro, la mujer insistió esta vez irguiendo el cuello, preguntándole su nombre Martínez pensó por un  momento decir el suyo; pero contestó Gustavo Fernández, el nombre del amigo que le presentaría el doctor. La mujer revisó atentamente su agenda, lo volvió a observar con asombro por encima de sus anteojos para culminar diciéndole: “asiento, por favor, el doctor lo atenderá en un momento”.
Martínez busco un lugar vacio y se sentó nerviosamente. Así tendría tiempo de esperar a Gustavo, además organizara sus ideas pensaría en la forma de dirigirse al doctor, el tono de su voz, la posición de su cuerpo, el limpiarse las manos antes de saludar ¡que nervios! ¿Y si lo echaba todo a perder? ¿Qué sería de Matilde y el niño? No debería alterarse, todo iba a salir bien ¿acaso Gustavo no se lo había prometido? “no debería alterase, todo iba a salir bien" ¿acaso Gustavo no se lo había prometido? “No debes preocuparte, hombre” le habría dicho palmeándole la espalda, “el doctor es buena gente y además es mi amigo” ésto último lo tranquilizó un poco.
Observó a las mujeres que esperaba en el otro sillón. Una gorda con vestido floreado y una anciana de gesto humilde. La salita de espera era pequeña, adornada por cuadros y en cada esquina un macetero colando del techo. A la izquierda la secretaria tipeaba unos  papeles en la máquina de escribir, mientras en el fondo a través del grueso cristal que separaba la salita del despacho, se veían algunas siluetas amorfas moviéndose de un lado a otro a las órdenes de un hombre sentado en un gran sillón. Tuvo miedo de enfrentarse a ese hombre recio que lo escrutaría de pies a cabeza, le clavaria los ojos en el nudo mal hecho, en las arrugas del saco. No supo porque se imaginó llegando a su casa, acabado, sin trabajo diciéndole a Matilde que no había resultado, que era un fracaso.
 El golpe en la puerta al salir la anciana del despacho los despertó de sus divagaciones. El reloj marcaba las cuatro y media ¿Qué pasaría con Gustavo? ¿Le habría sentido? Arrojó la cabeza hacia atrás luego volvió los ojos a la mesita central. Con detenimiento examinó el florero de porcelana, el par de ceniceros, pero lo que mas atrajo su atención fue la estatuilla de un perro en posición de ataquen sus dientes amenazantes, listo a clavarse en la `piel. De `pronto alguien le tocó un hombro. Tuvo un escalofrío. Era Gustavo que venía muy agitado y que rápido le dijo: “disculpa, se me presentó algo urgente”, “vamos, te voy a llevar con el doctor”, a la vez que lo jalaba del brazo conduciéndole a la puerta de vidrio, no sin antes murmurarte algo a la secretaria, algo que ella entendió perfectamente porque los dejó pasar sin reparos.
 
Al estar adentro Gustavo saludó al doctor presentarlo a Martínez con su amigo. Luego se sentaron. El doctor era un hombre de contextura gruesa, tenía bigote y el ceño bien pronunciado. Su escritorio estaba repleto de papeles. De vez en cuando aparecía un empleado con otros papeles que él firmaba con tan sólo dar un vistazo. Mientras tanto Gustavo le preguntaba con mucho tino sobre la familia, el trabajo en la oficina, lo difícil de la situación económica pata finalmente decirte que su amigo necesitaba un trabajo y que le agradecería infinitamente si pudiera ayudarlo. El doctor clavo la mirada en Martínez preguntándole:
-¿Cómo te llamas?
-Soy José Martínez Gómez.
-¿Y que sabes hacer, hijo?
Tú tienes la culpa por no hacerme caso, crees que toda la vida vamos a estar manteniéndote, no señor, si cuando ya tenía tu edad ya tenia que romperme el lomo trabajando de sol a sol. Y ahora que te defienda tu madre, que diga algo. La verdad es que eres un vago de mierda que no sabes hacer nada y que todo el tiempo te la pasas en la calle sin estudiar para el colegio.
-Sé algo de todo, señor- el doctor examino su rostro como queriendo encontrar una respuesta mas concreta, mas útil. Después volvió los ojos a Gustavo y siguió hablando con él.
 Y tu madre se mata trabajando todos los días para que un vago como tú siga estudiando que sea profesional, que profesional ni que ocho cuartos, si el muy rico se para fugando del colegio, paseando por la calles y sobándose las bolas. Si ganas no me faltan de agarrarte a palazos para que aprendas a obedecer a tus padres.
 -¿Y en qué sección podría trabajar?- pregunto Gustavo pero su palabras fueron inaudibles pata Martínez. Un lento adormecimiento le paralizaba las piernas. Y yo que pensaba llevarte a la fábrica, pasear a mi hijo profesional. Yo les diría sí, ingeniero y va a venir a trabajar aún, pero no, tú tenías que salirme con eso de que con la universidad te vas a envejecer, que no te gusta estudiar, que hay que vivir la vida, que fiestitas por que fiestitas por allá y tus amigos sacándote para que te emborraches todas las noches.
 Martínez detiene la mirada en el rostro serio del doctor, sus ojos se han transformado en los ojos de su padre repitiéndole que él no puede ser su hijo.
Hijo, hazle caso a tu padre, no dejes el colegio, estudia, más tarde me lo agradecerás, pero quien te mete esas ideas en la cabeza. Hazle caso a tu padre, él que sabe lo que dice, ya sabes que el muy pobre sufre del corazón. ¡Hazlo por su salud! ¡Hazlo por mí!
-Creo que podremos incluirlo en la nueva oficina- el doctor extrajo una tarjeta de su saco y con un fino bolígrafo apunto algo en el reverso, entregándola a Gustavo.
 Eso fue todo. Después los dos se despidieron, Gustavo con una sonrisa y u fuerte apretón, Martínez con una mano sudorosa y una sonrisa forzada.
Salieron del despacho. Pero mientras se marchaban Martínez se detuvo un instante en frente de la estatuilla del perro que había estado observando en la salita de espera y no supo porque razón le pareció ver a un perro sumiso, inofensivo, tendido sobre su cuatro patas como cuando se regresa a casa a pedir perdón. Entonces siguió caminando, pero ya no era lo mismo.
                                           (Publicado en la Revista "Solitarios" Nº 6, Arequipa, Perú 1994)

Cuento de Luis Pacheco


LOS CLIENTES…
Autor: LUIS PACHECO
                                               A Luis y violeta

L
e vendí un radiador nuevo Satanás, pero el maldito –como era de esperase- se fue sin apagar, así que no tuve mas remedio que subirme a la moto y empezar la persecución del conchudo que iba muy ufano al volante de su brillante tercel rojo.
-¡Lino! Encargarte del taller- alcance a gritar a mi ayudante mientras acelerando con alma, vida y corazón tomaba la ruta de la avenida aviación ¡diablo de mierda, ya vas a ver cuando te agarre!
 Satanás sin embargo estaba de lo mas normal (siempre he odiado la frescura que tienen los diablos) y hasta parecería divertirse con mi sufrimiento. Cuando por fin logre alcanzarlo le cerré el paso cruzando con la moto, y saben ¡que! El energúmeno ni siquiera freno y se estampo carro y todo sobre mí.
De mas esta decir que tras el simpático accidente el radiador quedo hecho tiras (junto con el carro, Satanás y yo de añadidura) y en pocos minutos nuestras almas ya se encontraban flotando en tránsito hacia eso que se llama cielo o infierno según sea el caso. Nosotros íbamos por el camino de abajo (el infierno obviamente) y fue entonces que recién me había muerto. Desesperado volteé hacia Satanás, pero él, inmutable, tarareando su canción, favorita de gloria Trevi. El muy hijo de puta…
-Mira todo lo que ocasionaste por no pagarme el radiador. No sólo perdiste tu carro, sino también tu alma. ¡Eres un cojudo!
Satanás seguía como si nada (siempre he odiado la frescura que tienen los diablos) pero al cabo de un rato en miro con esa expresión que quite decir “ya te comiste la manzana”.
 -Sabes, te pienso pagar el radiador, pero digamos a cambio de un trato. Ese instante vinieron a mi mente todas las historias de personas que vendían su alama al diablo; pero la situación en la que me hallaba me hacia cuestionar por completo estas alucinaciones: primero porque ya estaba en el infierno y no tenia sentido cambiar mi alma a estas alturas, y segundo porque con un diablo tan farsante como el que tenía a mi lado, ningún trato tendría valor.
-¿Y con que trato se supone me quieres engañar de nuevo?
-Eres hueso duro de roer – me dijo- pero me gusta tu tenacidad. Serias un excelente funcionario diabólico. Te ofrezco el cargo de primer ministro de tentaciones, y fíjate cuando logres tentar a 40 personas, habrás recuperado tu radiador, e incluso tu alma, podrás vivir tranquilo nuevamente en la tierra. He aquí las  desventajas de ser un alma inmaterial, no le puedes encajar una patada en los huevos al que más se la merece. Uno que empieza a preocuparse por su destino aquí en el infierno y el otro idiota que te habla de las más absurdas sandeces. Por supuesto que le dije que no aceptaba y que se fuera al infierno (aunque esto ya tampoco tenia significado) y fue entonces que ocurrió lo increíble un resplandor intenso y una horrible sensación de que se me quebraba las costillas. Cuando abrí las ojos estaba de bruces en la avenida ejercito, sangrando y con tres mosto costillas rotas, a mi lado la moto era un humeante recuerdo y el tercer rojo estaba hecho pedacitos, ah, pero eso sí Lino, tenia el radiador enterito e intacto.
                                                                       (Publicado en Revista Solitarios Nº 7, Arequipa-Perú, 1995)