viernes, 27 de mayo de 2011

Sólo sirve para escribir


Javier de Taboada
Como en la campaña electoral del 90 (¿alguien recuerda aquello de “cacasenos y bribones”?), una frase emotiva le ha jugado a Vargas Llosa una mala pasada en la del 2011. Hoy en día, el argumento más socorrido para desautorizar las opiniones políticas de nuestro Nobel es endilgarle velozmente la frase que él mismo pronunció, atribuyéndosela a Patricia, en su discurso de recepción del premio: “Para lo único que sirve es para escribir.” Hasta hay una página de facebook con este título (!)

Caben múltiples aclaraciones. La primera, es que la famosa frase es pronunciada por Patricia ante la aparente inutilidad del escritor para resolver las múltiples y acuciosas cuestiones prácticas que acosan al hombre público: administrar el dinero; escoger y programar numerosos compromisos académicos y viajes; lidiar con periodistas, investigadores y ciudadanos de a pie que buscan una porción del tiempo del escritor; hacer y deshacer maletas, etc. ‘Escribir’ no es aquí antónimo de ‘hablar’, sino acaso de ‘hacer’. ‘Escribir’ no significa teclear ni trazar líneas sobre papel, sino que es una sinécdoque para representar a la actividad intelectual. Si Vargas Llosa expresara verbalmente en entrevistas o declaraciones su opinión sobre el compromiso político en Sartre, ¿saldría alguien a decirle que “sólo sirve para escribir”? Entonces ¿por qué tomar posiciones sobre temas literarios o culturales es válido para un intelectual, y no lo es tomar posición sobre los temas políticos urgentes del momento?

Más importante aún: quienes recomiendan a Vargas Llosa que se dedique únicamente a escribir (ficciones, suponemos, bellas novelas) ignoran o no entendieron la concepción que de la ficción tiene Vargas Llosa, expresada en múltiples ocasiones, entre ellas, precisamente el mismo discurso del Premio Nobel. Las ficciones, dice Vargas Llosa, son mentiras, pero mentiras que tienen el poder de descubrir la verdad, de radiografiar a la sociedad, de develar los mecanismos del poder (o trazar sus cartografías, según la Academia Sueca). Mientras sus críticos creen que un novelista es un ser aséptico, de marfil o de cristal, soñador profesional de ambientes de cartón-piedra, Vargas Llosa sabe que un novelista es una mezcla de sociólogo, antropólogo y psicólogo que puede disparar tiros tan certeros como todos estos. Mientras sus críticos creen que una novela es un objeto inocuo, apacible y edificante, Vargas Llosa sabe que puede ser devastadora, que puede remecer los cimientos más firmes de nuestra personalidad, o incluso, de una sociedad. Mientras sus críticos dicen que un escritor no debiera hablar de lo que no sabe; Vargas Llosa sabe que el rol del intelectual público que él hace tiempo ha elegido asumir (hay por supuesto otras maneras de ser escritor) es hacer resonar fuerte y claro los principios en los que cree (como hizo en su discurso del Nobel, donde tuvo el “mal gusto” de ventilar sus opiniones políticas sobre América Latina). Mientras sus críticos juran que ha traicionado sus principios liberales al pronunciarse públicamente a favor de Ollanta Humala, Vargas Llosa sabe que un verdadero liberal pone la democracia como primer requisito para una sociedad viable, y sólo en segundísimo lugar la economía de mercado. Mientras sus críticos están demasiado empachados con el festín como para pensar en otra cosa que no sea su propio bolsillo; Vargas Llosa, que no le debe su bienestar al crecimiento de la economía peruana, sabe que es preferible perder plata, que es preferible desacelerar o incluso detener el crecimiento, que premiar a los ladrones y a los fachos, que recompensar a los que convirtieron la democracia en una farsa corrupta, un simulacro en el que no existía independencia de poderes ni de la prensa. Vargas Llosa ha demostrado en otras ocasiones ser ortodoxo y dogmático en la defensa de sus ideas, pero sus críticos del día están demostrando no tener ideas qué defender, sólo intereses.

sábado, 14 de mayo de 2011

Rebajarme a su nivel





Javier de Taboada

Si la “cortina de humo” es en el ámbito político una de las estrategias retóricas preferidas para irrogarse sagacidad y para colocarse en un supuesto espacio superior al resto (el nivel del analista); en otros ámbitos del espacio público, como en el de la farándula y el espectáculo, esta retórica de los ‘niveles’ parece ser esencialísima. En la farándula no hay analistas, sino chismosos (miren por ejemplo la escasez y poca fortuna de los ‘críticos de tv’, y cómo una de estos críticos, que escribía en las páginas de la revista Oiga, se convirtió apenas pudo en el complejo monstruo mediático que es hoy: Magaly Medina); no hay polémicas, sino enfrentamientos. Los ataques e insultos constituyen, junto con la vida sentimental –que incluye los famosos ampays- y la actividad profesional de los artistas, uno de los elementos básicos del periodismo de espectáculos. En la política el adjetivo sólo cobra particular importancia de modo estacional, es decir, en época electoral, pero en espectáculos es materia prima del día a día.

Pues bien, ¿cuál es la defensa favorita, y hasta podríamos decir infaltable, del cantante, actor, futbolista o bataclana de turno ante cualquier ataque? Poner una cara de dignidad marmórea y proclamar: “No voy a rebajarme a su nivel.” La frase es persuasiva porque crea caprichosamente, en el momento mismo de su enunciación, supuestos niveles preexistentes y objetivos. De pronto resulta que hay un nivel superior y otro inferior y además que están habitados, respectivamente, por el hablante y su rival. En versiones facebookeras de la misma frase se insiste aún más en la separación de los niveles: “Yo puedo rebajarme a tu nivel, pero tú nunca podrás subir al mío”

Pero esta última versión no tiene tanto éxito, porque se trata de una frase que, por su sentido mismo, debe pronunciarse preferentemente en tercera y no en segunda persona. No responder directamente, sino sólo a través de un intermediario (la prensa) es parte de ese supuesto nivel que se quiere sostener. No rebajarse al nivel del insulto, de la barra brava, de la mecha callejonera, no rebajarse a la expresión de las humanas pasiones ni salpicar sangre verbal. Flotar, en cambio, en el topus uranus de los espíritus elevados y desapasionados, que están más allá de los arrebatos del mundo.

Claro está que tal ideal muy raramente se cumple; decir “no voy a contestar” suele ser, casi siempre, un preámbulo para contestar. Porque, bien mirado, lo que importa en esta estrategia no es la dignidad, totalmente impostada, sino la existencia de un nivel superior, que yo ocupo. Y una vez claramente establecido este hecho, ya puedo pasar a calificar de ladrón, farsante, jugadora, o el adjetivo que corresponda al día. Total, la prensa no se deja distraer ni por un minuto con esto de los niveles y recoge frugalmente el adjetivo para ponerlo en los titulares del día siguiente. 

No existen niveles en la esgrima verbal. Usar un circunloquio no es más educado, ni culto, ni mucho menos más digno que usar un calificativo grueso y directo. Y hay ocasiones en las que, más que erigirse un pedestal que a nadie convence, lo que corresponde es ser claro y contundente, o incluso procaz.

domingo, 8 de mayo de 2011

CUANDO SEAS GRANDE

Autor: Javier de Taboada
“Las criaturas son tanto mas salvajes y crueles cuanto mayor es su tamaño” Jonathan Swift

S
e dio cuenta que estaba empezando a crecer un día que salía de su casa al trabajo cuando paso por la puerta de calle donde siempre desacomodaba el peinado con el marco; si embargo esta vez tuvo que inclinar la cabeza. ¿Inclino la cabeza? Quizás la inclino por gusto. ¿No es que había aumentado de tamaño? Era absurdo: crecer a los cuarenta años, cuando su talla, su dinero y sus oportunidades ya no crecerían jamás. Cuando ya ni siquiera deseaba que crezcan. ¿Y desde cuando? No recordaba si los días anteriores habían inclinado o no la cabeza al pasar por la puerta (y quien iba a pensar en cosas tan mínimas), pero recordó que alguien en la oficina (¿Cuándo?) le había dicho “te veo mas alto”. En todo caso, según comprobó, eran menos de dos centímetros que podían deberse a… bueno, a muchas cosas (además el no era médico). El resto del día de normal.
La semana siguiente aumento otro par de centímetros y entonces s todos se dieron cuenta y aprovecharon pata cargosearlo con bromas oficinescas que oscilaban entre las referidas a zapatos ortopédicos y otros artefactos y las referidas a la ridiculez de usarlos. Incluso el jefe (un ejecutivo joven y brillante), no perdió la oportunidad de lanzarle una que caía dentro del último rango al darle una palmadita en el hombro para comentar con una sonrisita condescendiente y burlona. “¿y Gonzales? A la vejez viruela.” Y jorge que se cree el amigo, en tono serio y pedagógico le dijo que estaba muy viejo para esas “ridiculeces de adolescente”, a quien quería impresionar en el fondo tenia problemas de personalidad, debía aprender a aceptarse tal como era, empezando por su tamaño, y otras observaciones del mismo tono. Gonzales, desconcertado, solo atinaba a responder las bromas con una media sonrisa, sin dar explicaciones. A jorge no le contesto nada.
Luisa también lo noto la tarde del miércoles e intento bromear al respecto, pero entonces tu aprovechaste para desahogarte con una botella recién descorchada y contarle todo, no había ningún truco, lo de los centímetros demás, la puerta, las bromas de la oficina que seguían, Jorge las miradas de los vecinos del edificio, todo, y lanzar cuantas especulaciones disparatadas y terroríficas se te ocurrieron en ese momento. Luisa, enfermera y amante, te escucho como siempre y poco a poco logro tranquilizarte con palabras arrulladoras que te fueron adormeciendo. Le resto importancia al asunto, esbozo algunas explicaciones más o menos racionales y finalmente te dijo en tono concesivo que si estabas demasiado preocupado, fueras a ver un doctor. Entonces tu también te convenciste de que no quiera tan grave, te estabas ahogando en un vaso de agua y pudiste pasar el resto de la tarde haciendo nuevos planes para el matrimonio (esta vez parecía definitivo. Sabias que Luisa ya no estaba dispuesta a esperar y se te habían acabado los pretextos). De todos modos, esa noche dormiste mejor.

Cuando el fenómeno se repitió las semanas siguientes, y el exceso era casi de ocho centímetros, los chistes oficinescos empezaron a convertirse en un sordo rumor sobre extrañas y misteriosa enfermedades (tampoco falto la historia de una abuelita o un primo segundo con los mismos síntomas), Gonzales decidió seguir el consejo ahora multitudinario y acudir al medico. El galeno, médico de cabecera de gruesos anteojos y pelo revuelto, se mostro sinceramente desconcertado pero le dijo que su problema podía deberse a una deficiencia ósea súbitamente compensada que en todo caso crecería otro par de centímetros más y no decía ser nada grave, de todos modos, ante la insistencia de Gonzales le prometió revisar los antecedentes sobre el caso y le recomendó un especialista en la materia. Por si parte, Luisa había tratado de interesar en el caso a los doctores de la clínica donde trabajaba, aunque sin mayores resultados.
 Cuando aumento otro par de centímetros y se encontró con que su médico seguía tan apaciblemente desconcertado como antes (y por cierto, no habían mayores antecedentes del caso), Gonzales se planteo por primera vez en serio la pregunta. ¿Y si seguía creciendo infinitamente, hasta convertirse en un monstruo? El especialista al que fue se mostro igual de desconcertado y apacible y aunque ciertamente los médicos de la clínica habían comenzado a interesarse por su caso, poco era lo que le habían ayudado n realidad. ¿Cuál seria su futuro entonces? Exhibirse como una curiosidad circense, recorrer en cuclillas miles de modernos laboratorios medico su oscuros solones ocultistas, encerrarse de por vida en alguna casona abandonada; eran algunas de las encantadoras posibilidades que se barajaban para él. Porque no había nada que le aseguraba que dejaría de crecer. En la oficina, para no alarmar a nadie, dio una complicada explicación de su caso que venía a ser un resumen de las opiniones de los médicos, de la enfermera Luisa y de las que él mismo debió aventurar para tranquilizarse. Pero sabía que si continuaba así iba a tener que dejar el trabajo, no porque su talla le impidiera hacer los balances, sino por la desconfianza y el terror que empezaría a inspirar a sus compañeros y a él mismo.
 Luisa también se planteo la misma pregunta que tú, y pudiste notarlo en los intersticios de su mirada serena, en los silencios entre sus palabras alentadoras, y es que también en eso Luisa se aparece a ti: detesta el cambio, y aunque este era involuntario e inevitable, y ella trataba de entenderlo de ese modo, no podía reprimir una sensación interior de profundo desagrado, una especie de secreta repulsión que se iba incubando dentro de ella sin que pudiera evitarlo; últimamente ya no hablaba del matrimonio, y no en realidad porque lo otro fuera mas urgente e impidiera hacer planes, sino porque estaba repensando la idea de casarse con un Sergio Gonzales distinto, definitivamente cambiado.
Porque ciertamente habías cambiado y eso lo sabias tú perfectamente, en algún momento empezaste a sentirte mal, a sentirte terriblemente falso por actuar como siempre lo habías hecho, era necesario amoldar un nuevo carácter para tu estatura, y empezaste a inventar un nuevo Sergio González que saltaba del montón al centro de la escena: primeramente tu estatura en aumento te había granjeado un extraño atractivo sexual, el atractivo propio de lo excéntrico, que ciertamente no desaprovechaste, y además imponía una silenciosa superioridad sobre los demás, enanos y contra hechos, de la que también supiste sacar ventaja. Y en verdad lo hiciste, casi con desesperación, porque sabias que lo bueno no duraría demasiado.
Cuando alcanzo lo dos metros cinco, Gonzales dejo de ser una excentricidad para ser además intimidante. En parte por su estatura, pero además, quizás el sabia que ya no dejaría de crecer y no pudo soportarlo. Imaginarse convertido en un  monstruo de dos y medio o tres metros y que hará entonces, debían ser el tipo de pensamientos que le quitaban el sueño, como se lo quitarían a cualquiera. (En realidad, ninguno de nosotros pensaba que algo así pudiera suceder, pero estoy tratando de explicar a un Sergio Gonzales cada vez mas huraño, agresivo, abominado antes de tiempo.)
Después sucedió lo que era previsible para quienes lo conocíamos: Sergio Gonzales renuncio a su trabajo unos meses después que empezara a crecer, y por si fuera poco se embarcó en furibundas peleas con su novia reprochándole su incomprensión y destruyendo por completo los planes cada vez mas tenues que tenían de casarse. Su comportamiento extravagante parecería aumentar junto con su estatura (o más rápido), hasta un punto de hacerse intolerable aun para quienes lo rodeábamos. Él busco que le diéramos las espaldas, supongo. Y lo ultimo que supimos de Gonzales fue que se había embarcado a un largo viaje con destino a Brobdingnag.
Publicado en Revista "Solitarios" Nº 8 de 1995 en Arequipa PERU

LA HISTORIA DE SOLITARIOS

SOLITARIOS
Después de este tiempo, ¿Qué podemos decir que ha sido Solitarios para cada unos de nosotros y para nuestros (escasos) lectores? ¿Por qué un día unos patas deciden agruparse bajo ese misterioso nombre y ponerse a escribir? En estas épocas de tormenta es conveniente intentar explicarlo y explicárnoslo, y para ello es necesario detenerse un poco y revisar lo que estos seis (largos) años han significado a través de un recuerdo de las publicaciones producidas, que resumen las intenciones y los progresivos logros que hemos ido obteniendo en esta aventura compartida de escribir.
El grupo solitarios se formo el año 89 y fue un inventó de Jaime Coaguila y Edwing Álvarez, quienes ya tenían cierta afición por la literatura desde el colegio, donde habían estudiado juntos. Ellos convocaron a varios amigos narradores y poetas que empezaron con mucho entusiasmo el proyecto del grupo. Era la época de las lecturas continuas y apasionadas, de las largas conversaciones en la av. ejército y otras calles de la ciudad y de las ganas y la ilusión de crear algo. De esa época queda una revista, de limitada circulación en igual calidad en que se publicaron cuentos de los fundadores y poemas de José Luis Delgado, Enrique Cruz, Jorge Bezold y Rafael Romero. Así como un trifoliado (Alimón) en que los dos fundadores publicaban extraños cuentos hechos a dos manos.
Luego se incorporó a Solitarios Max Demon’d, que estudiaba en el mismo colegio (san francisco) donde esta Jaime y Edwing, y que los conoció cuando fueron a vender revistas a su clase. También entraron Alexis Pizarro, Eiber Suclla, Félix Vargas, Mauro Mamani, Luz Vilca, entre otro muchos, quienes se contactaron con el grupo gracias a la discusión de la primera publicación, que en algunas ocasiones, como ésta, permitía descubrir a alguien con la misma secreta devoción por la literatura y la misma impetuosidad creadora que quedaba incorporado al grupo. Es la época de la efervescencia. El grupo tiene gran cantidad de gente y empieza a descubrir en la escritura una forma de intermediación con el mundo, un largo y tentador camino. Y ese camino está marcado por los primero (y terribles) sablazos críticos, por el descubrimientos del submundo literario de Arequipa y las consecuentes amanecidas en los parques con Luzgardo Medina, Lolo Palza, Lucho Cuadros, entre otro, frenéticos poetas dispuestos, como nosotros, a  conquistar el mundo, también por el aprendizaje en sesiones-taller con Alfredo Herrera, entonces mentor del grupo, y por las discusiones y proyectos idílicos para el futuro. Así se publicó la siguiente revista, ORÁCULO, también con cuentos y poemas, y con una mejor edición, difusión y creación. También se pública en esta época el trifoliado MENDIGOS NUMISMÁTICOS, del ahora y desaparecido Eiber Suclla, donde ya se demuestra su gran calidad poética.
Después el grupo pasa por un largo periodo de silencio en el cual acontecen arios silenciosos cambios. Se realiza el taller de Gran Fraternidad Universal, y los Solitarios deciden suspender las reuniones y asistir al parque San Francisco cada sábado para encontrarse con otros jóvenes y no tan jóvenes amantes de la literatura que iban a leer sus trabajos y comentar libros. El taller dura un tiempo, y después se produce un quiebre en el grupo una especie de crisis de identidad que deja algunos muertos y heridos. El grupo cesa de reunirse por lo menos formalmente un buen tiempo. Muchos integrantes se retiran definitivamente y emprenden (algunos continúan hoy) su propio camino hacia la literatura. Otros abandonan del todo la literatura y se dedican a sus carreras o a otros oficios más satisfactorios o convenientes. Y los que se quedan deja temporalmente de escribir por situaciones personales e inmediatas que deben resolver. Es en estas circunstancias cuando ingresa al grupo Javier de Taboada, quien conoció a Jaime en el cultural, donde ambos estudiaban ingles. Cuando la situación estaba empezando a ser remontada y a establecerse reuniones quincenales en casa de Jaime, es que la U.N.S.A. comienza a publicar REUNIÓN, un ciclo de lecturas de diversos autores jóvenes arequipeños, entre los que convocan a SOLITARIOS, y así sale a circulación una revista con trabajos de Jaime Coaguila, Edwing Alvarez, Alexis Pizarro y Javier de Taboada.
En ese memento se supera la tormenta y se retoma el trabajo del grupo, de lecturas con partidas y comentarios de trabajos. Además, se establecen lazos literarios y amicales con otros (entonces) jóvenes escritores, reunidos en el grupo CLARABOYA. El grupo SOLITARIOS ahora mas pequeño, se afirma en la parte narrativa, y específicamente en cuento, como objetivo tanto en sus lecturas como en sus creaciones. SOLITARIOS es también (y hasta ahora) un grupo de amigos y la recuperación es lenta, de modo que no hay prisa y transcurre un buen tiempo sin que se publicase nada hasta que aparece el segundo numero de ORÁCULO, con un cuento de Javier y poesía de Mauro Mamani, quien anteriormente había pertenecido al grupo, pero en esta ocasión actúa mas bien como invitado.
Es justo la noche de la presentación de la revista, cuando Alexis decide abandonar el grupo (con anuncio sorpresivo en un parque, al lado de una enorme botella de vino), apremiado por circunstancias individuales que nunca escasean y a su vez ingresa Gilmar Zevallos, quien se contacto con SOLITARIOS por medio de Javier con quien estudiaba ingles en el cultural (como ven, no hay nada nuevo bajo el sol). De esta forma llega el tercer año de existencia del grupo, que es celebrado con una revista conjunta de todos sus integrantes, es decir, Jaime, Edwing, Max, Alexis (que publica por ultima vez), Javier y Gilmar. En esta revista el grupo se afirma en su vena narrativa y descarta la poesía como forma de expresión dentro de sus objetivos futuros. A su vez (según dice la presentación), asume la literatura como un compromiso cada ves mas serio y maduro.
Y finalmente ingresa Lucho Pacheco, por intermedio de Gilmar, con quien estudiaba ingeniería de sistemas en la Universidad Católica. Una vez completo el grupo con sus seis actuales integrantes (aunque podríamos señalar a Larry Choque como miembro itinerante) se inicia un ciclo de publicaciones de dos solitarios por vez, con la intención de mejorar la periodicidad publicativa, y así se han completado tres revistas con las duplas Max-Gilmar, Jaime-Javier, Edwing-Lucho. Paralelamente a estas publicaciones, se produce una nueva crisis en el grupo, esta al aparecer, definitivamente. Primero el alejamiento de Gilmar, que ahora retorna para despedirse, luego el de Edwing, con quien lamentablemente, por razones de distancia y paternidad, no contamos en esta publicación; además el cambio en las precepciones de cada unos sobre la literatura en general y el grupo en particular, han sido y son anticipos de la inevitable diáspora. Por eso, ha llegado el  momento de cerrar un ciclo muy importante para la vida de cada unos de nosotros (y, esperamos, para los que nos han seguido), y ciertamente no hay mejor manera de hacerlo que con la presente publicación
Publicado en la Revista "Solitarios" Nº 8 de 1995 de Arequipa, PERU.

LA RUEDA ROJA

Autor: MARCOS DIAZ BUTRÓN
“Diríase que la invisible atmosfera está llena de ignorados poderes, que nos hacen sentir su proximidad misteriosa…”
El Horla, Guy de Maupassant

T
alentoso como el mismo observo por el catalejo el puerto de Piedra, lejano aun y callado como de costumbre. Leiton subió a cubierta e hizo el llamado a comer con su grito grueso y ronco, y todos apresuraron su marcha menos el capitán que continuaba ahí, con el catalejo en sus manos y observando con indiferencia la tranquilidad del agua salada; había una luna llena explosiva brillante que amortiguaba los pensamientos más que recuerdos, “Ya es hora de comer mi capitán” dijo Leiton acercándose a las escaleras del puente. “hoy no iré señor Leiton, esperare que las fogatas de la isla se apaguen”; disconforme Leiton hizo una  mueca de obediencia haciendo el saludo peculiar al poner su mano grasienta de cocinero sobre su ceja, para luego retirarse con el rechinar de las tablas tras él. Era una noche estrellada y de brisa.
Abajo todos comían con voracidad del plato de cobre y los murmullos y conversaciones flotaron en la bodega del barco: una mala construcción acondicionada para unas ocho mesas de madera; el ambiente de felicidad abundaba y la raciones de ron, galleta y carne salada aumentaron al saber que puerto de piedra estaba cerca y que nuevas provisiones serian compradas, o mejor dicho, robadas, para luego seguir camino a las galápagos.
Horas mas tarde en los camarotes los eructos y ronquidos no interferían en nada los improvisados juegos de cartas y dados, y sobre todo, no disminuían en nada el anhelo del merecido descanso de cuatro días al desembarcar a cambio de sus dos años de pillaje y terror por las costas americanas; segundos después el primer cañonazo retumbo como un eco ensordecedor cerca del casco del barco, luego gritos y caos y bulla y mas bulla.
“¡No le dieron al barco!” pensaron en sus mentes agiles y violentas cuando corrieron a su puestos de babor y estribor; aun era de noche y la confusión como sentimiento fue relegada por la mas material acción.
Alocadamente prepararon sus mechas y las bolas negras fueron metidas en los tubos de hiero. A la voz de ¡fuego! Las detonaciones hicieron su efecto, se podían oír órdenes de disparar a izquierda o derecha, parecía que nos tenían rodeados, también se oyó que quien les atacaba era otro barco pirata como ellos, que los había confundido por un navío leal a la reina, los enfurecidos tatuajes en los brazos y cortes en la cara se guiaron por el mas puro instinto asesino, dirigiendo los disparos a discreción, a cualquier parte y a discreción.
La nave se mecía en forma brusca por los impactos, pero eso no resto valor ni miedo a los marinos barbones de dientes careados que siguieron luchando por media hora más, hasta que los disparos cesaron y el silencio vino al mar, un silencio que olía a pólvora flotando, como una densa neblina.
De inmediato el trabajo fue reanudado, cargaron y distribuyeron a los heridos según su gravedad por todo el barco, tenían malas experiencias con el escorbuto y la peste, y eso lo sabía Sherton, el cirujano. La mesana había simplemente desaparecido y muy dentro agradecieron su suerte al no tener las velas izadas; las averías en popa era lo que mas preocupaba. El capitán caminaba, corría, daba órdenes y se desesperaba y luego se quedaba callado, contemplado el puerto de piedra. Lo que quedo de cinco cañones fue lanzado al mar, y los muertos fueron amontonados en proa, como era costumbre. Ya había amanecido pero ellos permanecieron despiertos junto a los cañones que aun servían, mientras que el capitán visitaba por última vez a los enfermos para subir al puente y hacer llamar a la tripulación; el sonidos agudos de silbato movilizo a los más aptos a cubierta, dos marino con el rostro amoratado cargaron un caldero, una olla de hierro y lo dejaron junto a los cadáveres.
En el puente se erguía él: sucio, fuerte, alto, con ojos grandes, tristes, negros, profundos, dementes, brilloso como sus cabello castaños, cortos en los costados y acabados en una trenza vikinga que pendía del final de su nuca ancha, blanquecina, firme y sucia, como sus botas vieja, plomizas antiguas que soportaban el peso de aquella espalda ancha, brutal, despectiva con aquel sacón gris que le llegaba hasta la cintura, cerrado con botones dorados, descoloridos pero aun dorados, y también grandes. Como su quijada de un rostro cuadrado y tosco, como su manos: cavernícolas y mugrientas, con una línea de la vida que seguía de largo por la muñeca, ahí estaba el, nuestro joven capitán; señorito rico, pudiente alguna vez, como alguna vez fue maldito por los pobres de Inglaterra en un gran pasado. Digno representante de la alcurnia sajona que fue visto para más de un título nobiliario, y que también fue victima de los mismos gusanos que convivían con él: desprestigiado, calumniado, desconocido por todos, fue poco a poco alimentando aquel asco contra Inglaterra, su familia y toda la buena educación, escapo harto de tanta tortura y humillación. Dice que nunca supo a que prisión lo llevaron, pero que un día de esos conoció a un hombre que llevaba una mascara de hierro, dice que nunca hablo con él; cuenta que una vez vio que lo llevaban fuera de las mazmorras, seguramente a ejecutarlo, y que cuando paso junto a su celda pudo notar entre las rendijas de su mascara y brillosa, él dice que ese hombre le enseño a mirar, a matar con los ojos antes que con la espada.
Además es el único capitán que conozco que he visto en mas de una veintena de peleas y que nunca haya salido herido. Ahora que le veo en esta mañana parado en el puente, como una montaña, hablándonos como si fuese nuestro padre me doy cuenta que al escuchar su voz sin eco, transformamos nuestra rudeza en un cariño muy difícil de recordar, pero que se siente; nos sentimos indefensos ante sus gritos y como hijos obedientes no nos atrevemos a interrumpirlo, siquiera a distraernos, solo obedecemos seriamente aunque muchas veces nos hubiésemos sabido que podríamos morir al hacerlo.
Entonces veo a esos dos mezclarse entre nosotros después de haber dejado el caldero en proa, los veo respirando hondamente como si aquel sol de mediodía hubiese evaporado todo el aire; hay un silencio, un silencio de varios minutos y ahora todos respiran hondamente, y su tórax se inflan y sus manos se aprietan en puños y el capitán tiene aquella mirada desorbitada, y abre su boca al cielo sin emitir sonido, como un grito mido, sin escucharse nada, solo aguas tranquilas, brisa tibia, respiraciones y recuerdos desordenados, y todos dejan de respirar y abren sus ojos mas y mas, hasta que estalla un grito que ahoga el mar y a los muertos amontonados en proa, y todos corren sudando con su barbas crecidas… y el capitán grita: “¡venganza!”, grita y todos lo oyen, y lo ven estático, parado en el puente y mirando como nosotros tomamos a los muertos y los abrimos en dos, en tres, en diez, los abrimos con nuestras dagas, cuchillos, hachas de mano, vertiendo la sangre en el caldero, para luego lanzar el cadáver al mar, un mar de degollados. No los vemos pero sabemos que ahora los tiburones recorren en círculo el barco; y nosotros seguimos con otro, y otro, y otro, y el caldero se hincha hasta rebalsar de sangre los bordes, por las orillas metálicas.
Embadurna el piso de madera, rebalsa , la olla rebalsa de sangre acuosa, espesa y burbujeante, y se grita y se mutila, y el capitán grita: “¡venganza!, ¡venganza!, ¡venganza!, ¡venganza!” y luego de lanzar por la borda al ultimo degollado cargan dos el caldero y corren por el barco, le dan una vuelta, dos, tres, diez y los hombres que la sostienen se pintan de rojo, y la sangre sigue cayendo por los bordes a causa del movimiento brusco bañándolos en sangre, aun así, siguen corriendo y sigue gritando ¡Venganza!, ¡Muerte y Venganza!, y nosotros corriendo detrás de ellos, y al lado y juntos; entonces el capitán abre la puerta de la cabina y todos los primeros en llegar lo miran extasiado, riendo, haciendo espacio para el caldero que ahora descansa en el piso de madera, y el mete sus manos con sus mangas de botones dorados, y como si fuese a beber agua de un pozo saca un poco de sangre y la echa sobre el circulo de madera, que es el timón o la rueda, y todas gritan y se vuelven a oír ¡VENGANZA Y MUERTE! Y el capitán hace un ademan y todos meten sus manos como si fuesen a beber agua de un pozo, y sacan litros y litros de sangre y la echan sobre el timón, sobre la rueda, y la tiñen de rojo, como siempre ha pasado, hasta que se levanta el caldero y se termina de vaciar la última gota. Ahora el timón tiene el poder, ahora la rueda roja tiene vida, la vida de ellos, y ellos ahora nos van a dirigir, nos van a llevar a los hijos de puta que los mataron, y nosotros vamos a cobrar venganza por ellos ¡VENGANZA Y MUERTE!
Todos corren a sus puestos y trabajan e izan la velas con sus manos de sangre, y Sherton cura a los enfermos con sus manos de sangre, y minutos después todos cantan y ríen por la victoria próxima, y preparan y afilan sus espadas, su cuchillos y dagas, y el viento sopla, y el barco se mueve, dos días, una semana, un mes y ya son incontables los barcos abordados, los hombres muertos, los disparos que se han hecho, al aire que respiramos se vuelve teñir de rojo cuando sabemos que un nuevo barco se acerca; el capitán sigue igual, ahora lo he visto en mas de cien peleas sin que lo hayan herido o por menos herido de gravedad, y seguramente cargan el caldero, y nos desesperamos por destrozar a nuestro enemigos y echar su sangre en él, y otra vez damos vueltas al barco, alrededor, alrededor, y la rueda cada vez se hace mas roja, mas roja, mas roja aun que la sangre.
Y su vida ha pasado y el joven capitán se hace mas viejo… pero una duda lo mata mas que la mala comida, recuerda deprimido aquella noche, hace mucho tiempo en el puerto de piedra; recuerda su juventud, a Leiton el cocinero y a Sherton el cirujano, los recuerdas vivos, porque es mejor tenerlos en la cabeza caminando y hablando, que degollados y lanzados por la borda para alimento de tiburones, los recuerda, sí, también recuerda que fueron atacados, que les disparamos por mas de media hora, y que ellos contestaron igual o peor. Ahora en su camarote echado en su cama no logra comprender, una vieja confusión respira otra vez porque no sabe quienes fueron los de esa noche, y a pesar que todos en el barco lo han olvidado él aun sigue con el deseo indescriptible de arrancar la cabeza de aquel maldito capitán que ordeno el ataque. Pasan por su mente las mujeres violadas y azotadas, muertas, como los hombres, que forman el eslabón de su pasado; quiere pensar que uno de esos barcos que hundió fue aquel que les disparo esa noche, pero no, no puede. Han pasado veinte años, y la duda por fin ha reventado en su corazón triste como una herida gangrenada y repleta de gusanos. Desde aquella noche no había vuelto a puerto de piedra, y ahora su afán de mística venganza empujaba las velas y la bandera pirata era extendida, y el mascarón de proa miraba a o lejos el puerto con su antorchas todavía prendida que se reflejaban en su madera de diablo tallada, donde se condensaban todos los años de la rueda roja…
Publicado en Revista "Solitarios" Nº 8 de 1995 en Arequipa PERU

YEKATHERINA Y LA TEORIA EL AMOR CIRCULAR

Autor: LUIS PACHECO

C
uando la empezó a enamorar creyó que la historia podía repetirse, y se sintió algo así como el mago que es capaz de hacer que los acontecimientos siempre tracen aquel mismo inexorable circulo de repeticiones infinitas, pero esta vez se dijo que le ganarías a los acontecimientos y el circulo jamás llegaría a cerrarse, pues ese segmento final había estado lleno de sinsabores y no le agradaba nada la perspectiva de volverlo a repetir .
Grado 0:
Quizás porque tenia el mismo nombre que su anterior amada (un nombre raro por cierto) no la olvido como le ocurría con la mayoría de muchachas que le presentaban. O fue tal vez por ese afán de compararlas, y descubrir las diferencias de la Yekatherina actual y de aquella que antaño tuvo en sus brazos, que termino con la imagen de Yekatherina Andrea muy bien grabada en un rincón de su memoria.
Grado 10:
Como quien juega a la suerte se aventuro a proponerle una invitación a “escuchar música” a Claudia Yekatherina apenas la siguiente vez que la conoció, y para sorpresa suya ella acepto: por lo que él se paso todo el día anterior a la cita recorriendo las casa de sus amigos coleccionistas de música y prestándose sus casettes mas preciados y raros. Al día siguiente la recibió en su casa y contra lo que el había supuesto Yekatherina apenas se intereso en la música y se la paso conversando con él acerca de la poesía de Neruda y de algunos versos que ella había escrito. Él la escuchaba absorto y fue recién cuando se le ocurrió que seria interesante intentar algo con ella.
Yekatherina Andrea se había encontrado multitud de veces mas con el en la universidad y una de estas lo invito a su casa para que le ayude en un trabajo de investigación que estaba haciendo. “es de tecnología alimentaria” le dijo que prepare el pastel que allí decía. Él la miro desconcertado y para sus adentros corrigió las diferencias que había establecido pata las dos Yekatherinas. A esta la tildo de definitivamente loca, en tanto que con nostalgia recalifico a Claudia Yekatherina como una sensible muchachita poeta.
Grado20:
Yekatherina Andrea no estaba loca ni mucho menos, sino que tenia empapado en su vida el mas exacto y puro todo científico, por lo que siempre andaba planteándose hipótesis extravagantes y comprobándolas científica y rigurosamente como supe luego que me comunico los resultados de su investigación de recetarios de cocina: “era inservibles si tu no tenias experiencia previa” y cito como ejemplos a cinco sujetos entre los que figuraba, “sin embargo –me dijo- estoy elaborando recetas aptas tanto para novatos como para cocineras empedernidas. Ya me ayudaras a verificar si se cumple esto…”aunque Yekatherina no sólo investigaba acerca de alimentos, sino de cualquier cosa que se ocurriese, la cocina era su tema de estudio favorito y gracias a la cantidad de pasteles malogrados y recetas abortadas por sus “sujetos de experimentación” fue que pude anotar una diferencia más entre la Yekatherina. Andrea era rica y el dinero al parecer le sobraba; Claudia Yekatherina por el contrario era aun aquella muchachita poeta de clase media que estudiaba administración en la U.N.S.A. y soñaba con un mundo pacifico y pleno de igualdad y amor.
Grado 45:
A él le perecieron divinos los ideales que movían a Claudia Yekatherina y comenzó a sentir el cosquilleó del amor en el pecho. Las demás chicas se le antojaron vanas y frívolas, en tanto que Yekatherina se elevaba por encima de ellas con su sensibilidad de artista y aquella dulzura que él ya empezó a adivinar para si. Después de una ya lejana tarde en que se reunieron  escuchar música, no habían dejado de verse con frecuencia y adquirieron la costumbre de recorrer cuanto espectáculo cultural haya en la ciudad; tiempo después, cuando entre ellos no quedara ni la amistad, él continuaría visitando cine-clubs y galerías de arte, para ellos a Yekatherina Andrea, y comenzar nuevamente con se lento e inexorable circulo de acontecimientos repetidos.


Grado 60.
Se besaron por primera vez en la piscina de su casa. Ella lo había empujado premeditadamente al agua pues estaba estudiando las reacciones que tenían los chicos al caer vestidos en una piscina. Esto le había costado ya a Yekatherina el enojo de dos amigos y muchas recriminaciones de sus padres, pero, empeñosa como siempre, había intentado con él la prueba numero cinco, sin que siquiera imaginarse que él la arrastraría en su caída y que luego la besaría apasionadamente en el agua. Tampoco había calculado que no se iba a enojar y que por el contrario tendría un violento deseo de verlo a él desnudo y sentirlo desnudándola. Luego cerró los ojos y se olvido de todo. Dejo que él la abrace y que le suelte la blusa y el sostén, mientras el agua se le metía por todos los poros de la piel.
Salieron de la piscina semidesnudos y excitadísimos. Él, aunque su sexo le pedía a gritos un encuentro, le dijo que la quería y que le perdone por haber llegado tan lejos. Ella acepto sus disculpas y ofreció traerles una toalla. Él mientras la esperaba y se regocijaba pensando en sus senos duros y mojados, comenzó  sentirse maravillosamente unido a Yekatherina.
Grado 93.
Desde entonces ambos comenzaron a cambiar. A él le dieron las ganas de escribir poemas de amor y a ella le gusto decir “sí” a todo lo que él proponía. Claudia Yekatherina además, lo empezó a ganar para su causa ideológica: le prestaba sus cassettes de música comprometida y le hacia discutir de la justicia e injusticia, para finalmente terminar abrazándolo y haciéndolo jurar que lucharía hasta implantar en el mundo la libertad y la igualdad. Aquellos momentos eran para ambos, dichosos ya que él ponía como condición a su juramento el que Yekatherina se deje de besar “apasionadamente”, y claro, como ella no se negaba, eran intensos instantes de placer que disfrutaban entrecerrando los ojos y dejando a sus bocas y lenguas contorsionarse y saborearse mutuamente, en tanto que con sus brazos no dejaban de acariciarse o estrecharse efusivamente.
“pero júrame que no estas jugando conmigo, ni usándome de conejillos de indias” solía amenazar a Yekatherina Andrea cada vez que ella se mostraba suspicaz o con tendencias experimentales, para escucharlas responder un “¡palabra de mujer!” que aunque normalmente no era cierto, la ponía preciosas. Era en esos momentos en que él, algo arrobado hacía lo imposible por besarla o intentar tomar aquellos senos grandes y duros, que no habían dejado de perturbarlo desde aquel primer beso en la piscina. “eres una sapa Yekatherina – se decía. Ya te lograrás descuidar y veras como esas tetas serán mías”.
Grado 150:
Pero lo que sucedió le dejo aun mas asombrado, pues no solo logro acariciar aquellos pechos impresionante (¡Que tales tetazas las de tu hembrita! –le había dicho unos de sus amigos), sino que todo el cuerpo Yekatherina Andrea fue suyo luego de una noche discoteca y copas, que los llevaron a ambos a un hostal escondido del centro de la ciudad, “una experiencia maravillosa” como diría él después, aunque en realidad no recordase caso nada de lo que había hecho (tan borracho estaba), y su conocimiento del asunto se limitase a los detalles que Yekatherina le comentaba o rememoraba.
Claudia Yekatherina estaba feliz. Había logrado que le incluyan un poema suyo en una plaqueta de tiraje reducido que publicaban varios poetas noveles. Y le había insistido a él toda la semana para que vaya a la presentación y lleve a sus amigos. Él, regocijado también hizo toda la propaganda que pudo ente sus conocidos la noche de la presentación si embargo, una violenta fiebre le impidió ir. Yekatherina entonces se peleo con él y pasaron varios días sin verse; pero el día de la reconciliación se excedieron en efusividad, y Yekatherina habría de recodar y plasmar después en poemas) las manos exploratorias de él que la recorrieron de los senos a al vulva llenándola de electrizantes sensaciones de placer, mientras se besaban vehemente.
Grado203:
¿Qué es lo que me gusta de ti, Yeki? Se cuestionaba varias veces, pues había tomado la costumbre de pensar solo en ella, y cada vez que se ponía melancólico releía los poemas que le dedicaba. Una se llamaba “Mascaras” y a él particularmente le dejaba confundido, pues hablaba de la mascara de la amor, y temía que se tratase de su relación. ¿Me quieres Yeki? Volvía a cuestionarse, y buscaba responderse por todos los lados que era así. ¿Por qué no quieres que te busque en la U.N.S.A.? ¿Me engañas?
“Claro que te quiero, tonto”, le respondía Yekatherina Andrea, con su forma tan natural de decir la cosa, que aunque literalmente le comunicaba sus sentimientos, tenia la sensación de que le había sido una mera indicación a seguir para otro de sus experimentos. “bueno, definitivamente es una loca”, se decía él, “pero me gusta”, y se quedaba escuchando los alucinados proyectos de ella, que esa vez consistían en trazar un mapa del rio haciendo uso solamente de una brújula, un papel y una wincha de 3 metros.
Grado 270:
Pero loca o no, le quería a su manera, y comenzó a sentir celos de la Yekatherina poeta, pues sentía que ella había calado mas en el alma de él que todas sus travesuras e investigaciones; así que pospuso sus mil proyectos, y calladamente comenzó a seguir la pista de la otra Yekatherina. “¿tu la querías? Empezó a interrogarlo para sacar información, pero al cabo de una par de sesiones quedo tan destrozada, que decidió que no valía la pena continuar con aquella relación y anduvo buscando el pretexto para romper.
“¡Eres un imbécil!” le grito Claudia Yekatherina luego que él se peleara con su amigo, el poeta Henry “¡nunca mas vuelvas a verme!”. Él se quedo confundido, sin saber que reacción tomar, hasta que Yekatherina y Henry se largaron de la U.N.S.A., y el  se quedo maldiciéndolos en silencio y enfureciéndose para qué las lagrimas no tuvieran oportunidad de brotar.
Grado 295:
Los amigos a veces se equivocan, y los círculos que están destinados a girar eternamente, no detienen su curso, por más esfuerzos que se pongan para evitarlo. Las dos Yekatherina habían pasado por su vida y se habían marchado, dejándolo en una soledad que lo volvía autocompasivo y retraído, y que lo conducía muchas veces a los burdeles, en los que desnudo y a punto de eyacular, repetía “Yeki” como delirando, y sin saber muy bien a cual de ellas se refería.
Grado 344:
-  Claudia Yekatherina, ¿no es cierto?
- Sí –respondía la poetisa mientras se acomodaba el chaleco.
- Yo soy Andrea –se presentaba la descocida que lucia fina ropa y exhalaba un perfume delicioso- he leído algunos de tus poemas y me parecen geniales ¿A quienes se los dedicas?
Claudia Yekatherina se sonrió, y se dijo  que aquella Andrea le estaba cayendo muy bien, así que le comenzó a contar de Henry y de su sensibilidad. Por su parte Yekatherina Andrea escuchaba y analizaba: “¿así que esta es la que lo tuvo loco? ¡Que malos gustos! Sin embargo se mostraba cordial, y hasta halagaba los poemas. A demás el tal Henry comenzó a parecerle un tipo excelente para sus experimentos.
Grado360:
“La noche en que Claudia Yekatherina beso a Henry por primera vez, se termino el primer giro del circulo” le explicaba Yekatherina Andrea “y el nuestro se descompuso cuando viajaste a Lima y a mi me entraron celos de la petisa” continuo en tono didáctico ella, ves, eres un caso excepcional. El hombre de los amores circulares, debería escribir una teoría a cerca de ti”. Él se limitó a sentirle y a morderle suavemente el pezón. Ella se dejo acariciar y hasta lo abrazo. Desnudos como estaban, juguetearon largo rato más sobre la cama. Y mientras volvían a excitarse. Yekatherina le hablaba de si teoría del amor cíclico y de los círculos, y de lo hermoso que seria no haber terminado su relación, pues trescientos sesenta grados  o cero grados ¿no eran acaso lo mismo: el principio y el final del círculo a la vez?
Publicado en la Revista "Solitarios" Nº 8 en 1995 en Arequipa PERU