domingo, 8 de mayo de 2011

CUANDO SEAS GRANDE

Autor: Javier de Taboada
“Las criaturas son tanto mas salvajes y crueles cuanto mayor es su tamaño” Jonathan Swift

S
e dio cuenta que estaba empezando a crecer un día que salía de su casa al trabajo cuando paso por la puerta de calle donde siempre desacomodaba el peinado con el marco; si embargo esta vez tuvo que inclinar la cabeza. ¿Inclino la cabeza? Quizás la inclino por gusto. ¿No es que había aumentado de tamaño? Era absurdo: crecer a los cuarenta años, cuando su talla, su dinero y sus oportunidades ya no crecerían jamás. Cuando ya ni siquiera deseaba que crezcan. ¿Y desde cuando? No recordaba si los días anteriores habían inclinado o no la cabeza al pasar por la puerta (y quien iba a pensar en cosas tan mínimas), pero recordó que alguien en la oficina (¿Cuándo?) le había dicho “te veo mas alto”. En todo caso, según comprobó, eran menos de dos centímetros que podían deberse a… bueno, a muchas cosas (además el no era médico). El resto del día de normal.
La semana siguiente aumento otro par de centímetros y entonces s todos se dieron cuenta y aprovecharon pata cargosearlo con bromas oficinescas que oscilaban entre las referidas a zapatos ortopédicos y otros artefactos y las referidas a la ridiculez de usarlos. Incluso el jefe (un ejecutivo joven y brillante), no perdió la oportunidad de lanzarle una que caía dentro del último rango al darle una palmadita en el hombro para comentar con una sonrisita condescendiente y burlona. “¿y Gonzales? A la vejez viruela.” Y jorge que se cree el amigo, en tono serio y pedagógico le dijo que estaba muy viejo para esas “ridiculeces de adolescente”, a quien quería impresionar en el fondo tenia problemas de personalidad, debía aprender a aceptarse tal como era, empezando por su tamaño, y otras observaciones del mismo tono. Gonzales, desconcertado, solo atinaba a responder las bromas con una media sonrisa, sin dar explicaciones. A jorge no le contesto nada.
Luisa también lo noto la tarde del miércoles e intento bromear al respecto, pero entonces tu aprovechaste para desahogarte con una botella recién descorchada y contarle todo, no había ningún truco, lo de los centímetros demás, la puerta, las bromas de la oficina que seguían, Jorge las miradas de los vecinos del edificio, todo, y lanzar cuantas especulaciones disparatadas y terroríficas se te ocurrieron en ese momento. Luisa, enfermera y amante, te escucho como siempre y poco a poco logro tranquilizarte con palabras arrulladoras que te fueron adormeciendo. Le resto importancia al asunto, esbozo algunas explicaciones más o menos racionales y finalmente te dijo en tono concesivo que si estabas demasiado preocupado, fueras a ver un doctor. Entonces tu también te convenciste de que no quiera tan grave, te estabas ahogando en un vaso de agua y pudiste pasar el resto de la tarde haciendo nuevos planes para el matrimonio (esta vez parecía definitivo. Sabias que Luisa ya no estaba dispuesta a esperar y se te habían acabado los pretextos). De todos modos, esa noche dormiste mejor.

Cuando el fenómeno se repitió las semanas siguientes, y el exceso era casi de ocho centímetros, los chistes oficinescos empezaron a convertirse en un sordo rumor sobre extrañas y misteriosa enfermedades (tampoco falto la historia de una abuelita o un primo segundo con los mismos síntomas), Gonzales decidió seguir el consejo ahora multitudinario y acudir al medico. El galeno, médico de cabecera de gruesos anteojos y pelo revuelto, se mostro sinceramente desconcertado pero le dijo que su problema podía deberse a una deficiencia ósea súbitamente compensada que en todo caso crecería otro par de centímetros más y no decía ser nada grave, de todos modos, ante la insistencia de Gonzales le prometió revisar los antecedentes sobre el caso y le recomendó un especialista en la materia. Por si parte, Luisa había tratado de interesar en el caso a los doctores de la clínica donde trabajaba, aunque sin mayores resultados.
 Cuando aumento otro par de centímetros y se encontró con que su médico seguía tan apaciblemente desconcertado como antes (y por cierto, no habían mayores antecedentes del caso), Gonzales se planteo por primera vez en serio la pregunta. ¿Y si seguía creciendo infinitamente, hasta convertirse en un monstruo? El especialista al que fue se mostro igual de desconcertado y apacible y aunque ciertamente los médicos de la clínica habían comenzado a interesarse por su caso, poco era lo que le habían ayudado n realidad. ¿Cuál seria su futuro entonces? Exhibirse como una curiosidad circense, recorrer en cuclillas miles de modernos laboratorios medico su oscuros solones ocultistas, encerrarse de por vida en alguna casona abandonada; eran algunas de las encantadoras posibilidades que se barajaban para él. Porque no había nada que le aseguraba que dejaría de crecer. En la oficina, para no alarmar a nadie, dio una complicada explicación de su caso que venía a ser un resumen de las opiniones de los médicos, de la enfermera Luisa y de las que él mismo debió aventurar para tranquilizarse. Pero sabía que si continuaba así iba a tener que dejar el trabajo, no porque su talla le impidiera hacer los balances, sino por la desconfianza y el terror que empezaría a inspirar a sus compañeros y a él mismo.
 Luisa también se planteo la misma pregunta que tú, y pudiste notarlo en los intersticios de su mirada serena, en los silencios entre sus palabras alentadoras, y es que también en eso Luisa se aparece a ti: detesta el cambio, y aunque este era involuntario e inevitable, y ella trataba de entenderlo de ese modo, no podía reprimir una sensación interior de profundo desagrado, una especie de secreta repulsión que se iba incubando dentro de ella sin que pudiera evitarlo; últimamente ya no hablaba del matrimonio, y no en realidad porque lo otro fuera mas urgente e impidiera hacer planes, sino porque estaba repensando la idea de casarse con un Sergio Gonzales distinto, definitivamente cambiado.
Porque ciertamente habías cambiado y eso lo sabias tú perfectamente, en algún momento empezaste a sentirte mal, a sentirte terriblemente falso por actuar como siempre lo habías hecho, era necesario amoldar un nuevo carácter para tu estatura, y empezaste a inventar un nuevo Sergio González que saltaba del montón al centro de la escena: primeramente tu estatura en aumento te había granjeado un extraño atractivo sexual, el atractivo propio de lo excéntrico, que ciertamente no desaprovechaste, y además imponía una silenciosa superioridad sobre los demás, enanos y contra hechos, de la que también supiste sacar ventaja. Y en verdad lo hiciste, casi con desesperación, porque sabias que lo bueno no duraría demasiado.
Cuando alcanzo lo dos metros cinco, Gonzales dejo de ser una excentricidad para ser además intimidante. En parte por su estatura, pero además, quizás el sabia que ya no dejaría de crecer y no pudo soportarlo. Imaginarse convertido en un  monstruo de dos y medio o tres metros y que hará entonces, debían ser el tipo de pensamientos que le quitaban el sueño, como se lo quitarían a cualquiera. (En realidad, ninguno de nosotros pensaba que algo así pudiera suceder, pero estoy tratando de explicar a un Sergio Gonzales cada vez mas huraño, agresivo, abominado antes de tiempo.)
Después sucedió lo que era previsible para quienes lo conocíamos: Sergio Gonzales renuncio a su trabajo unos meses después que empezara a crecer, y por si fuera poco se embarcó en furibundas peleas con su novia reprochándole su incomprensión y destruyendo por completo los planes cada vez mas tenues que tenían de casarse. Su comportamiento extravagante parecería aumentar junto con su estatura (o más rápido), hasta un punto de hacerse intolerable aun para quienes lo rodeábamos. Él busco que le diéramos las espaldas, supongo. Y lo ultimo que supimos de Gonzales fue que se había embarcado a un largo viaje con destino a Brobdingnag.
Publicado en Revista "Solitarios" Nº 8 de 1995 en Arequipa PERU

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