jueves, 9 de mayo de 2013

Javier Diez Canseco



Javier De Taboada

Mi padre, que nos dejó hace cerca de un año, siempre me contó historias de su juventud como militante político en la Democracia Cristiana y Acción Popular. En sus historias aparecían diversas figuras estelares, entre políticos jóvenes y prometedores y otros más consolidados y mayores, algunos que figuraban cercanos y otros más distantes, unos eran correligionarios y otros adversarios. Valentín Paniagua, Hernando de Soto, Haya de la Torre, Alfonso Barrantes, Roberto Ramírez del Villar, Hugo Blanco brillaban al lado de los compañeros de partido, los camaradas, y el partido de los ‘compañeros’. Su camino nunca se cruzó con el de Javier Diez Canseco, o al menos  éste no aparecía en ninguna de sus prominentes historias. Sin embargo, creo que hubiera congeniado muy bien en esta lista porque con él desparece el último gran político de esa generación. 

Javier Diez Canseco fue uno de esos políticos de fibra, de instinto, políticos natos y netos que parecieran haber inspirado a Aristóteles aquello de “el hombre es un animal político”. Como lo es también, por ejemplo, Alan García, sólo que esa ya viene a ser otra generación, y además García es casi el único político brillante de su promoción, a diferencia de lo que ocurre con la precedente, que supo brindar destacados frutos de todos los colores (del espectro político). En el mapa político del Perú, Diez Canseco no era de izquierda, sino que ERA la izquierda, como lo fue en su momento Barrantes Lingán. Una izquierda ‘antigua’, partidista, sindical, radical, que no se preocupa por aggiornarse, modernizarse ni hablar el lenguaje de la globalización. Diez Canseco, a pesar de su procedencia social, no fue nunca un caviar, sino un rojo, lo que de por sí demuestra los torpes límites de las dos únicas posibilidades que nuestros liberales de la DBA (derecha bruta y achorada) está dispuesta a conceder a quienes no rezan su evangelio. Con Diez Canseco se va la vieja izquierda, porque los radicalismos de hoy están atornillados a reivindicaciones gremiales o regionales, y no logran coger una dimensión nacional. Se va la vieja izquierda. Algunos lo celebrarán. Yo, por el contrario, creo que mucho se pierde, y se reduce el tablero.

Lejos de ser un hombre “cegado por la ideología”, Diez Canseco tenía un espectacular sentido práctico. Recuerdo que una vez en el programa de Hildebrandt le tocó comentar un desborde del río a los pocos momentos de producido, y mientras los otros panelistas invitados sólo atinaban a lamentar el hecho o asignar prematuramente responsabilidades, el congresista puso el pare indicando las medidas concretas e inmediatas que se debían tomar para afrontar la emergencia. Diez Canseco entendía de economía y no sólo de política, y sabía que había que estar bien informado para discrepar, como lo demostró siempre en sus intervenciones y en los debates televisivos a los que acudía como único modo de tener pantalla en su franciscana campaña electoral.

La suspensión del Congreso de la República demuestra para mí (y en esto tiene relación directa con los últimos años de mi padre) que en la política “moderna”,  rabiosa y vengativa, no existe ya nadie que no pueda ser embarrado y vilipendiado.  Si Diez Canseco llegó a ser suspendido (suspensión que acarreaba por supuesto, porque de esto se trataba todo, un sambenito político para su -la que se esperaba todavía larga- carrera), es claro que no basta ser intachable para ser intachado. 

Se fue un gran político. Por una única vez, levantaremos el puño para despedirlo.

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