Javier De Taboada
Mi padre,
que nos dejó hace cerca de un año, siempre me contó historias de su juventud
como militante político en la Democracia Cristiana y Acción Popular. En sus
historias aparecían diversas figuras estelares, entre políticos jóvenes y
prometedores y otros más consolidados y mayores, algunos que figuraban cercanos
y otros más distantes, unos eran correligionarios y otros adversarios. Valentín
Paniagua, Hernando de Soto, Haya de la Torre, Alfonso Barrantes, Roberto
Ramírez del Villar, Hugo Blanco brillaban al lado de los compañeros de partido,
los camaradas, y el partido de los ‘compañeros’. Su camino nunca se cruzó con el
de Javier Diez Canseco, o al menos éste
no aparecía en ninguna de sus prominentes historias. Sin embargo, creo que hubiera
congeniado muy bien en esta lista porque con él desparece el último gran
político de esa generación.
Javier Diez
Canseco fue uno de esos políticos de fibra, de instinto, políticos natos y
netos que parecieran haber inspirado a Aristóteles aquello de “el hombre es un
animal político”. Como lo es también, por ejemplo, Alan García, sólo que esa ya
viene a ser otra generación, y además García es casi el único político
brillante de su promoción, a diferencia de lo que ocurre con la precedente, que
supo brindar destacados frutos de todos los colores (del espectro político). En
el mapa político del Perú, Diez Canseco no era de izquierda, sino que ERA la
izquierda, como lo fue en su momento Barrantes Lingán. Una izquierda ‘antigua’,
partidista, sindical, radical, que no se preocupa por aggiornarse, modernizarse
ni hablar el lenguaje de la globalización. Diez Canseco, a pesar de su
procedencia social, no fue nunca un caviar, sino un
rojo, lo que de por sí demuestra los torpes límites de las dos únicas
posibilidades que nuestros liberales de la DBA (derecha bruta y achorada) está
dispuesta a conceder a quienes no rezan su evangelio. Con Diez Canseco se va la
vieja izquierda, porque los radicalismos de hoy están atornillados a
reivindicaciones gremiales o regionales, y no logran coger una dimensión
nacional. Se va la vieja izquierda. Algunos lo celebrarán. Yo, por el
contrario, creo que mucho se pierde, y se reduce el tablero.
Lejos de
ser un hombre “cegado por la ideología”, Diez Canseco tenía un espectacular
sentido práctico. Recuerdo que una vez en el programa de Hildebrandt le tocó
comentar un desborde del río a los pocos momentos de producido, y mientras los
otros panelistas invitados sólo atinaban a lamentar el hecho o asignar prematuramente
responsabilidades, el congresista puso el pare indicando las medidas concretas
e inmediatas que se debían tomar para afrontar la emergencia. Diez Canseco
entendía de economía y no sólo de política, y sabía que había que estar bien
informado para discrepar, como lo demostró siempre en sus intervenciones y en
los debates televisivos a los que acudía como único modo de tener pantalla en
su franciscana campaña electoral.
La
suspensión del Congreso de la República demuestra para mí (y en esto tiene
relación directa con los últimos años de mi padre) que en la política “moderna”,
rabiosa y vengativa, no existe ya nadie
que no pueda ser embarrado y vilipendiado.
Si Diez Canseco llegó a ser suspendido (suspensión que acarreaba por
supuesto, porque de esto se trataba todo, un sambenito político para su -la que
se esperaba todavía larga- carrera), es claro que no basta ser intachable para
ser intachado.
Se fue un
gran político. Por una única vez, levantaremos el puño para despedirlo.
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