Javier de Taboada
Dice Kevin
Wetmore[1]
que Patrick Swaize (Ghost, 1990) fue
una de las víctimas del 11 de septiembre del 2001. Es decir, luego de la ola de
fantasmas existenciales que tiene su clímax en esta comedia romántica
superexitosa, y tras el derrumbamiento de las torres gemelas, los fantasmas
cinemáticos se vuelven violentos y malditos, retornando así a su original tradición
gótica, con un colorido posmoderno.
La
aparición de espectros es cosa antigua en un arte que desde sus inicios ha sido
comparado con lo espectral, lo fantasmático y la prestidigitación. Pero, si
bien existen ejemplos que citar del periodo mudo, empezando por el gran mago del cine, George Meliès, un
primer auge de este tipo de historias ocurre desde fines de los 30 hasta
comienzos de los 50. Muchas son, como Ghost,
historias de amor, en donde el giro ingenioso consiste en que uno de los
amantes está muerto. Películas como The
Ghost and Mrs. Muir (1947), Portrait
of Jennie (1948) y The Uninvited
(1944) exploran las múltiples (a veces jocosas, a veces dramáticas)
dificultades de amar a un ser incorpóreo. Muchas décadas más tarde, Ghost añade una vuelta de tuerca
explorando las dificultades de amar a un ser vivo cuando uno es un fantasma.
Pero, pese
a la próspera tradición de los fantasmas románticos, es claro que a la mayoría
de gente hablar de fantasmas no le produce impulsos erógenos, sino más bien
tanáticos, es decir, de miedo o terror. Los fantasmas, si es que existen, si
son verdad esas historias que a veces nos gusta contar alrededor de una fogata que
no logra aplacar el frío que nos va agarrotando ni iluminar esos inquietantes
sonidos que percibimos a lo lejos, no son ni guapos ni nobles ni se parecen a
Patrick Swaize. Los fantasmas son malvados, perversos o vengativos y en eso se
remontan a los de la literatura gótica del siglo XIX, con sus altos castillos y
viejas mansiones de habitaciones innumerables y puertas chirriantes, en cuyos
aposentos mora alguna víctima de un crimen o un suicidio. Elementos todos que
persisten en muchas películas de fantasmas, sobre todo después de la ola
romántica, en la década de los 60.
¿Existen
los fantasmas? Quizás lo más perturbador de su existencia sea precisamente el
no poder nunca afirmarla con certeza, el quedarnos permanentemente con la duda.
¿Fue el viento? ¿Fue sólo el reflejo de la luz de un auto que pasaba? Queremos
convencernos de que todo es explicable racionalmente, pero persiste una
implacable duda: ¿y si es algo más? Y asimismo, si decidimos abrazar la posibilidad sobrenatural, nos queda la
desagradable sospecha de estar haciendo el tonto. Algunos clásicos del género
asumen con maestría tal ambigüedad, y no les faltan admiradores que aseguran
que son mucho más terroríficas que las de terror gore de nuestros tiempos, con
cuerpos desmembrados y sangre salpicante. En The Innocents (1961) y The
Haunting (1963), basadas respectivamente en novelas de Henry James (Otra vuelta de tuerca) y Shirley Jackson,
los espectadores nunca terminan de discutir si realmente hay fantasmas en esa
mansión decimonónica, o lo que se nos está contando en verdad es la inmersión
en la locura de la protagonista. Una puerta de roble que se comba como
plástico, un rostro que surge desde el fondo del espejo o a través de la bruma,
son los modestos efectos especiales de este tipo de terror psicológico que
funciona cuando nos identificamos con la protagonista y con sus pensamientos
desquiciados pero perfectamente razonados. Al cierre del siglo volvería este
terror psicológico en las sorprendentes The
Sixth Sense (1999) y The Others
(2001), aunque aquí se trata de un giro terrorífico que genera una ambigüedad
retrospectiva (e idealmente, la compra
de un nuevo boleto), mientras que los clásicos de los 60 mantenían una
ambigüedad constante.
Si bien los
aficionados a esta variedad del cine de terror son bastante fieles, no son muy
numerosos. Si los fantasmas, de acuerdo a los testimonios de primera mano, son
sobre todo percibidos (como energía) y a veces quizás oídos, resultan muy pobre
material para un arte esencialmente visual. Los vampiros, los zombis, los
demonios y hasta los hombres lobo han tenido mejor suerte en la pantalla que
los elusivos fantasmas. Poltergeist
(1982) cuenta también una historia de fantasmas, pero con los espectaculares
efectos especiales que todos quieren ver. Y tras el reblandecimiento de los 90,
después del 9/11 del 2001, todos los
subgéneros del terror se vuelven más violentos y menos empáticos y los
fantasmas, las contadas veces que aparecen, no son la excepción. The Ring (2002), 1408 (2007), o Insidious
(2010) muestran fantasmas que ya no necesitan terapia psicológica, revelar un
secreto culposo o comunicar un mensaje amoroso, sino que quieren, de la manera
más llana, destruir a todos los que se le acercan, quitarles la vida, o cuando
menos jodérsela.
En
conclusión, los fantasmas en el cine siguen las demandas propias del medio en
el que se insertan, y al mismo tiempo se van alejando de lo que nosotros
hayamos percibido u oído de experiencias extrasensoriales en primera persona. El
cine es pues ante todo un espectáculo, y si los fantasmas quieren danzar en él,
deben ponerse su traje de fiesta.
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