Javier de Taboada
Como en la campaña electoral del 90 (¿alguien recuerda aquello de “cacasenos y bribones”?), una frase emotiva le ha jugado a Vargas Llosa una mala pasada en la del 2011. Hoy en día, el argumento más socorrido para desautorizar las opiniones políticas de nuestro Nobel es endilgarle velozmente la frase que él mismo pronunció, atribuyéndosela a Patricia, en su discurso de recepción del premio: “Para lo único que sirve es para escribir.” Hasta hay una página de facebook con este título (!)
Caben múltiples aclaraciones. La primera, es que la famosa frase es pronunciada por Patricia ante la aparente inutilidad del escritor para resolver las múltiples y acuciosas cuestiones prácticas que acosan al hombre público: administrar el dinero; escoger y programar numerosos compromisos académicos y viajes; lidiar con periodistas, investigadores y ciudadanos de a pie que buscan una porción del tiempo del escritor; hacer y deshacer maletas, etc. ‘Escribir’ no es aquí antónimo de ‘hablar’, sino acaso de ‘hacer’. ‘Escribir’ no significa teclear ni trazar líneas sobre papel, sino que es una sinécdoque para representar a la actividad intelectual. Si Vargas Llosa expresara verbalmente en entrevistas o declaraciones su opinión sobre el compromiso político en Sartre, ¿saldría alguien a decirle que “sólo sirve para escribir”? Entonces ¿por qué tomar posiciones sobre temas literarios o culturales es válido para un intelectual, y no lo es tomar posición sobre los temas políticos urgentes del momento?
Más importante aún: quienes recomiendan a Vargas Llosa que se dedique únicamente a escribir (ficciones, suponemos, bellas novelas) ignoran o no entendieron la concepción que de la ficción tiene Vargas Llosa, expresada en múltiples ocasiones, entre ellas, precisamente el mismo discurso del Premio Nobel. Las ficciones, dice Vargas Llosa, son mentiras, pero mentiras que tienen el poder de descubrir la verdad, de radiografiar a la sociedad, de develar los mecanismos del poder (o trazar sus cartografías, según la Academia Sueca). Mientras sus críticos creen que un novelista es un ser aséptico, de marfil o de cristal, soñador profesional de ambientes de cartón-piedra, Vargas Llosa sabe que un novelista es una mezcla de sociólogo, antropólogo y psicólogo que puede disparar tiros tan certeros como todos estos. Mientras sus críticos creen que una novela es un objeto inocuo, apacible y edificante, Vargas Llosa sabe que puede ser devastadora, que puede remecer los cimientos más firmes de nuestra personalidad, o incluso, de una sociedad. Mientras sus críticos dicen que un escritor no debiera hablar de lo que no sabe; Vargas Llosa sabe que el rol del intelectual público que él hace tiempo ha elegido asumir (hay por supuesto otras maneras de ser escritor) es hacer resonar fuerte y claro los principios en los que cree (como hizo en su discurso del Nobel, donde tuvo el “mal gusto” de ventilar sus opiniones políticas sobre América Latina). Mientras sus críticos juran que ha traicionado sus principios liberales al pronunciarse públicamente a favor de Ollanta Humala, Vargas Llosa sabe que un verdadero liberal pone la democracia como primer requisito para una sociedad viable, y sólo en segundísimo lugar la economía de mercado. Mientras sus críticos están demasiado empachados con el festín como para pensar en otra cosa que no sea su propio bolsillo; Vargas Llosa, que no le debe su bienestar al crecimiento de la economía peruana, sabe que es preferible perder plata, que es preferible desacelerar o incluso detener el crecimiento, que premiar a los ladrones y a los fachos, que recompensar a los que convirtieron la democracia en una farsa corrupta, un simulacro en el que no existía independencia de poderes ni de la prensa. Vargas Llosa ha demostrado en otras ocasiones ser ortodoxo y dogmático en la defensa de sus ideas, pero sus críticos del día están demostrando no tener ideas qué defender, sólo intereses.
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