Javier de Taboada
Yo no leo los planes de gobierno. Lo que, según el 90% de la prensa peruana, me convierte en un elector ignorante, desinformado e impulsivo. Ya que el modelo de elector propugnado por los medios de comunicación, las universidades e instituciones de formación política, y hasta el JNE, es el de un elector plenamente racional, reflexivo y sereno, que se informa detalladamente de las propuestas de los diversos candidatos, los sopesa delicadamente, los compara con sus propias ideas políticas y en base a todo esto toma una decisión perfectamente juiciosa. En esa misma lógica, la campaña debiera ser una cívica y alturadísima competencia de propuestas, evitando en todo momento la adjetivación y el ataque del adversario.
Como es evidente que este modelo político, que llamaré platónico, no se corresponde con la realidad electoral, pronto llegan los cantos elegiacos: que el elector peruano es ignorante y se guía por (estúpidos) impulsos, que los políticos tampoco dan la talla y se embarcan en batallas de callejón, etc. Conocemos la canción. Los politólogos suspiran por una democracia perfectamente racional y meritocrática, como los economistas suspiran por una economía de mercado con consumidores totalmente racionales que siempre toman las decisiones que más les convienen y contribuyen así a perfeccionar las sagradas leyes de la oferta y la demanda. Politólogos y economistas viven en el mundo de los arquetipos descrito por Platón, y se resienten profundamente, a veces con el ciudadano, a veces con la clase política, cuando constatan que la realidad cotidiana poco tiene que ver con sus modelos. “¿Por qué somos un país tan atrasado? ¿Por qué somos una democracia tan imperfecta?”
En realidad, ni en Chile, ni en Brasil, ni en EEUU, ni en Francia, la campaña electoral consiste en el famoso “debate de propuestas”. Las propuestas son una parte del coctel, como lo son el atractivo del candidato, y los ataques al adversario (que no por nada consiguen diez veces más figuración que las propuestas, en una prensa hipócrita que finge escandalizarse con los dimes y diretes al mismo tiempo que se regodea y reditúa con ellos).
Yo no sólo no lamento el contraste entre la política platónica y la real: me siento feliz de no vivir en el mundo de los robots tomadores de decisiones, sino en el de lo humano. No leo los planes de gobierno porque creo que la cosa no pasa por ahí, como tampoco leí nunca las reglas del fútbol ni las necesité para empezar a apreciar los partidos. Sobre todo ahora, cuando todos los candidatos coinciden en las líneas maestras de la conducción de la economía del país. Hay que reducir la pobreza, ¿alguien se opone? Hay que continuar con el crecimiento actual, pero también controlar la inflación. Hay que incentivar la iniciativa privada, pero también ampliar los programas sociales para los más desfavorecidos. ¿Alguien en su sano juicio va a plantear algo diferente? Leer los planes de gobierno –para quien quiera embarcarse en tan árida lectura- significa encontrarse con la repetición y con la multiplicidad de frases con las que se pueden expresar las mismas ideas básicas. Las diferencias radican en sutilezas (¿hay que bajar el igv o no? ¿hay que cobrar impuesto a las sobreganancias mineras o no?) que no alteran lo esencial y que, en última instancia, se reflejan suficientemente en la cobertura electoral y en las intervenciones de los candidatos.
Una campaña electoral –en el Perú como en cualquier democracia- no tiene que ver con propuestas de gobierno que un político ni siquiera se preocupa demasiado en respetar cuando le toca enfrentarse a las complejidades de ser gobierno (para no recaer en la política platónica, me abstengo de la condena a dicho incumplimiento, creo que es, hasta cierto punto, natural: pensemos en el caso de Obama, por ejemplo.) Las propuestas son el pretexto, la materia prima si se quiere, para mostrar otra cosa: posicionamiento político y liderazgo. Posicionamiento en el espectro político: más a la izquierda, más a la derecha, más radical, más moderado. Liderazgo: capacidad de convencer, de hablar bien, de manejar la relación con los medios, de neutralizar. De esto y no de otra cosa trata una campaña electoral. Porque como el fútbol, la política es un juego de pasiones, de errores, de azares, de avances y retrocesos. Y nada de esto figura en ningún manual.
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